miércoles, 12 de septiembre de 2007

El poder de Emma Bovary


Hace 150 años apareció Madame Bovary, la gran novela de Flaubert y desde entonces muchas cosas cambiaron en la tradición narrativa occidental. En este artículo, se rinde tributo a esta verdadera piedra angular de la novelística moderna.


Por Alonso Cueto


La última escena de Madame Bovary es probablemente una de las más memorables de la historia de la literatura. En el mercado de Argueil, el viudo Charles Bovary se encuentra con uno de los ex amantes de su mujer, Rodolfo Boulanger. Charles se siente extasiado al verlo. Sabe que su esposa ha amado ese rostro. Le parece ver algo de la cara de ella en la de su amante. Al final del párrafo, el narrador agrega un breve comentario: "Le hubiera gustado ser aquel hombre". (1) Rodolfo, en cambio, apenas le devuelve la mirada. Presa del nerviosismo, busca desviar la conversación en una dirección vaga. Alude a temas agrícolas, "tapando con frases triviales todos los intersticios por los que pudiera colarse una alusión". Charles no lo escucha. Mientras el amante de su esposa habla, el rostro de Charles se va inflamando, hasta que, sacándose la espina que tiene en el corazón, lo interrumpe diciéndole, "No le guardo rencor".La "furia sombría" en su tono se repite cuando le insiste, "No, ya no le guardo rencor". A continuación, Charles añade una "gran frase", según el narrador, "la única que dijera en toda su vida": "Es cosa de la fatalidad".Rodolfo, que según el narrador, "había conducido esa fatalidad", encuentra que Charles es "bien buenazo para un hombre en su situación, hasta cómico y un poco vil".LA FUERZA DEL DELIRIO La escena tiene una enorme importancia porque señala la supervivencia del melodrama, aún después de la muerte de Emma. Hasta entonces, Charles ha sido un personaje trivial y tedioso. Sin embargo, en esta escena, curiosamente, pretende estar a la altura de quien su esposa siempre quiso que fuera, el personaje de un melodrama que puede lanzar una frase memorable. Busca en otras palabras, barnizar su humillación de alguna grandeza, y ser un digno marido de su esposa. Sin embargo, a Charles le parece un tipo "buenazo" y hasta "un poco vil". Este contraste de perspectivas es esencial en la novela. Lo que para Charles es una frase grandiosa y alturada, para Rodolfo es un gesto cómico y vil. La visión que tiene Charles de sí mismo es la de un hombre humillado que busca alguna forma de grandeza final. La que tiene Rodolfo de él es la de un tipo que ahonda en su ridículo. Al igual que Don Quijote, Madame Bovary es una novela perspectivista, que toma la realidad como fuente de realidades subjetivas. Charles no es el único que quiere estar a la altura del melodrama de su esposa. En el famoso pasaje de los comicios agrícolas del capítulo ocho y en su carta de despedida del capítulo doce, de la segunda parte, su amante Rodolfo le lanza declaraciones cursis interesadas. Frases como "nuestras pendientes particulares nos llevaron junto al otro como ríos que corren para juntarse", "El mundo es cruel", "Oh, Dios mío, no culpes a nadie más que a la fatalidad", aparecen en su carta (esta última frase es precisamente la misma que repite Charles, ante Rodolfo en la última escena). Lo mismo puede decirse de León, que al final del capítulo quinto de la segunda parte, busca versos para complacerla y que llega al extremo de copiar un soneto para encontrar la rima de su segundo verso. Leon, Rodolfo, Charles. Los hombres de Emma Bovary pueden amarla o aprovecharse de ella, pero todos sucumben, acaso sin saberlo, a los embrujos de su delirio. Saben que el único modo de relacionarse con ella, en la verdad o en el engaño, es a través del melodrama. Tanta es su fuerza, que aún cuando desaprueban o quieran aprovecharse de ella, los hombres terminan sometiéndose a la visión de Emma (2). El que está en las antípodas de este sentimentalismo cursi es sin duda el boticario Homais, cuyo materialismo ha desterrado por completo el melodrama de su vida. Lo mismo puede decirse del mercader Lheureux. No es de extrañar que el arsénico que ella toma venga de la tienda de uno y que la decisión de su muerte se deba en parte a las deudas que tiene con el otro. UN NARRADOR HUYENDO DE SU PERSONAJE La influencia que tiene en los hombres que la rodean es quizá una prueba de la secreta admiración que le tenía Flaubert (quien en su vida sentimental era mas bien un tipo débil, nervioso y solitario). Podemos especular que la naturaleza pasiva de Flaubert creó, por compensación, a un personaje con una naturaleza opuesta. Emma es un principio activo. Como el mundo es demasiado pequeño para ella, quiere convertirlo en el lugar de sus sueños. Cuando Flaubert escribe el libro, entre 1851 y 1856, el romanticismo hace mucho que ha pasado su mejor época. Hijo del realismo, Flaubert conserva, sin embargo, en el fondo, un corazón romántico. Crea, desde su visión clínica del mundo, a un personaje desbordante. Enfrascado en las brumas de su personalidad y las limitaciones de sus dolencias (entre ellas la sífilis y la epilepsia de rasgos histéricos), Emma debe haberle parecido un personaje modélico, al que miraba con menosprecio pero también con temor. Quizá, debido a ello, la trata con una distancia irónica. Algunas veces, como durante la fiesta de los marqueses, la presenta como una mujercita pretenciosa y ridícula. Rodolfo, Leon y otros también son ridiculizados o denigrados. A diferencia de Tolstoy (es el reproche de Steiner en un famoso libro), Flaubert no se atreve a ensalzar o a celebrar a sus protagonistas. Su pesimismo, su pudor, su miedo a ser un escritor "sentimental", se lo impiden. Lo que ansía, a través de la forma perfecta, es retratarlos y ponerse por encima de ellos. Y sin embargo, en ocasiones, su corazón romántico lo traiciona. En algunas escenas, Emma se abre paso y vibra con luz propia. Una de las más notables es sin duda la escena de su muerte, una pieza maestra en el difícil arte narrativo de la descripción de agonías. Entre todos los detalles memorables de esa escena, el beso de Emma al crucifijo, "el más grande beso de amor que jamás hubiera dado", va a acompañar a sus lectores siempre. Con sus prodigiosas técnicas (entre ellas, el estilo indirecto libre y los vasos comunicantes, que con tanta maestría ha analizado Vargas Llosa), Flaubert cambió para siempre el modo de escribir. Desde su gran novela, los escritores apenas se entrometen en la narración para opinar o comentar, como sin embargo lo seguiría haciendo muchos años después Víctor Hugo. En el siglo XX, es muy raro el caso de un narrador de talento que sea comentarista o juez de sus personajes. También influyó en nuestra visión de los seres humanos. Creo que introdujo para siempre el tema de la banalidad, el ridículo y hasta el absurdo como central en la narrativa. Y sin embargo, a pesar de lo que dicen sus críticos, logró que en medio de todo ello, apareciera, de vez en cuando, intacta, la presencia sensual y violenta y cursi de Emma Bovary. La novela sigue viva no por su perfección formal sino porque su lenguaje está, en grandes ocasiones, al servicio de Emma. La vemos y la oímos, la sentimos cerca, con su corazón palpitando. En la carroza con su amante, aullando de amor frente a "Lucía di Lammermoor", besando el crucifijo, Emma está aquí, acechándonos con sus excesos, los que faltaron en la vida de Flaubert, y en las nuestras.(1) En ésta y en las citas que sigue, seguimos la traducción de Consuelo Berges, en la edición de Alianza Editorial (Madrid, 1974).
(2) En este tema, me parece que puede trazarse un paralelo con uno de los modelos de Flaubert, que es el Quijote. A lo largo de la novela de Cervantes, como en la de Flaubert, muchos de los personajes con los que se encuentra ceden, en broma o en serio, a las fantasías del Quijote y construyen un mundo a su semejanza (un ejemplo conocido es el episodio en el palacio de los Duques, que simulan recibirlo en un castillo encantado).

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