miércoles, 20 de febrero de 2008

Abraham Valdelomar (Dos Poemas)


TRISTITIA

Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía;
el cielo, la serena quietud de su belleza,
los besos de mi madre una dulce alegría
y la muerte del sol una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar, sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado del mar.

Lo que él me dijera, aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar...



EL HERMANO AUSENTE EN LA CENA DE PASCUAL

La misma mesa antigua y holgada, de nogal,
Y sobre ella la misma blancura del mantel
Y los cuadros de caza de anónimo pincel
Y la oscura alacena, todo, todo está igual…


Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual
mi madre tiende a veces su mirada de miel
y se musita el nombre del ausente; pero él
hoy no vendrá a sentarse en la mesa pascual.


La misma criada pone, sin dejarse sentir,
la suculenta vianda y el plácido manjar;
pero no hay la alegría ni el afán de reir

que animaran antaño la cena familiar;
y mi madre que acaso algo quiere decir,
ve el lugar del ausente y se pone a llorar…

(De Las voces múltiples)

martes, 19 de febrero de 2008

Todo sea por amor


Por Moisés Sánchez Franco



A veces como un testimonio de las sensaciones más elevadas, a veces como un relato de una historia mágica, desventurada, violenta, pero a su vez inolvidable, el amor ha logrado cristalizarse, en sus diversos rostros, en numerosas obras de la literatura occidental. He aquí una caprichosa selección de diez grandes amores que se han convertido en paradigmas y fuentes de inspiración para poetas, músicos, cineastas y amantes:

1) ORFEO Y EURÍDICE
Entre los mitos griegos destaca el del cantante y citarista Orfeo, que descendió hasta el mundo de los muertos por su amada Eurídice. Hades, dios de los infiernos, decide entregarle a la bella náyade con la condición de que durante el viaje al mundo superior no la mire. En un momento aciago del retorno, Orfeo duda de que Eurídice lo esté siguiendo. Cuando volvió la mirada, perdió para siempre a su amada esposa.

2) HELENA Y PARIS
Nunca más en la historia de la literatura la pasión desbocada por una mujer originó una trascendental guerra. Paris, el hermoso príncipe de Troya, secuestra a Helena, la mujer más bella de Grecia y esposa de Menelao. Este hecho origina la célebre Guerra de Troya. En la Ilíada, Homero retrata a Helena como un ser que se debate entre el amor a su secuestrador y el recuerdo de su esposo. No obstante, la tradición ha preferido la versión de una Helena y de un Paris que sostienen su amor ilícito en medio del estruendo de la batalla más famosa de todos los tiempos.

3) CATULO Y LESBIA
El romano Catulo es el cantor del desengaño amoroso por excelencia. Catulo sentía una fascinación por Clodia, una mujer casada. Para homenajear la cultura de su amada, Catulo la llamó en sus poemas "Lesbia", que refería a Lesbos (patria de Safo). Pero la pasión del poeta terminará abruptamente al comprobar el carácter ninfómano de su amada. Así un dolido Catulo despotrica: "que (Lesbia) viva y lo pase bien con sus amantes, /esos trescientos que estrecha a la vez en sus brazos".

4) TRISTÁN E ISOLDA
La historia de Tristán e Isolda es la leyenda de amor más grande del Medioevo. Marc, rey de Cornualles, envía al fiel Tristán a pedir la mano de la princesa irlandesa Isolda. En el viaje de retorno a Cornualles, Tristán e Isolda beben por casualidad una poción mágica que condena a quienes la toman a amarse por siempre. Su descontrolado amor, como era de esperarse, ofende al rey Marc y provoca una serie de hechos desafortunados. Con el tiempo, el rey perdona a Isolda y le ordena a Tristán que se aleje de su reino. Pero la pareja nunca deja de amarse. En su lecho de agonía, Tristán pide la presencia de su amada, quien lamentablemente llega tarde. Devastada por el dolor, Isolda abraza el cadáver de Tristán, lo besa y no tarda en morir para unirse definitivamente con su amado.

5) CALISTO Y MELIBEA
En la saga de los amores desgraciados destaca la obra de Fernando de Rojas Tragicomedia de Calisto y Melibea (1499), conocida popularmente como La Celestina. Calisto es un joven de origen noble y Melibea una joven rica y serena. Luego de sufrir el rechazo de Melibea, Calisto recurre a los servicios mágicos de Celestina, quien logra convencer a la bella joven. Las malas artes de Celestina provocan una serie de sucesos violentos que derivan en la muerte de Calisto. Al enterarse de este hecho, Melibea se suicida arrojándose desde una torre ante la mirada despavorida de su padre.

6) ROMEO Y JULIETA
Cuando acaba el siglo XVI se difunde la famosa tragedia Romeo y Julieta, donde se relata el desgraciado pero devoto amor del apasionado Romeo Montesco por la candorosa Julieta Capuleto. Shakespeare, con su lenguaje culterano, inmortalizó el drama de la pareja que intenta sobreponerse con pasión a los conflictos familiares. Al final de la obra, un desesperado Romeo, creyendo a su amada muerta, bebe de una copa envenenada y Julieta, al encontrar el cadáver de su amado, se hiere mortalmente con una daga.

7) WERTHER Y CARLOTA
Si el romanticismo tiene una figura paradigmática del amor, es el protagonista de la novela epistolar Werther (1776) de Goethe. El texto relata el amor desdichado del joven Werther por Carlota, una joven comprometida. Imposibilitado de declarar su amor y profundamente desesperado, Werther se mata de un disparo. Esta gran novela, como era de esperarse, causó gran sensación y provocó en los lectores amantes del siglo XVIII una ola irrefrenable de suicidios.

8) JUAN PABLO CASTEL Y MARÍA IRIBARNE
La soledad díscola de las relaciones amorosas modernas quedó encarnada en el romance tormentoso del pintor Juan Pablo Castel y la enigmática María Iribarne, protagonistas de El túnel (1948) de Ernesto Sabato. Castel y María sostienen un amor sórdido y signado por la incomunicación. Conforme avanza la relación, María se muestra cada vez más misteriosa y abyecta para el atormentado Castel, quien en un arrebato de locura termina matándola a cuchillazos.

9) LA MAGA Y OLIVEIRA
La Maga y Oliveira, protagonistas de Rayuela (1963) de Julio Cortázar, conforman la pareja símbolo del amor lúdico, intelectual y apasionado que redescubrió en París el lado metafísico de la cotidianidad. Mediante el erotismo, la reformulación del lenguaje y el ludismo, estos inolvidables amantes buscaron fusionar en su amor lo real y lo fantástico, lo intelectual con lo intuitivo. Sin embargo, el proyecto queda trunco debido a la muerte de Rocamadour (hijo de La Maga) y la partida definitiva de Oliveira a Buenos Aires.

10) FERMINA DAZA Y FLORENTINO ARIZA
El amor que se sobrepone a los avatares del tiempo encuentra una magnífica representación en el conmovedor romance de Fermina Daza y Florentino Ariza, protagonistas de El amor en los tiempos del cólera (1985) de Gabriel García Márquez. Esta pareja esperó por más de cinco décadas para concretar su romance. La novela tiene además el curioso encanto de celebrar los deleites voluptuosos de las parejas maduras.

Los ríos profundos (fragmento)


" El canto del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos, de los árboles negros que cuelgan en las paredes de los abismos.-¡Zumbaylllu, zumbayllu! Repetí muchas veces el nombre, mientras oía el zumbido del trompo. Era como un coro de grandes tankayllus fijos en un sitio, prisioneros sobre el polvo. Y causaba alegría repetir esta palabra, tan semejante al nombre de los dulces insectos que desaparecían cantando en la luz. "

Existencialismo y psicoanálisis


Por Carlos de la Puente
El Comercio.


La relación entre el existencialismo y el psicoanálisis ha sido de una confrontación productiva. Las críticas de Jean Paul Sartre, en El Ser y la Nada y de Maurice Merleau-Ponty, especialmente en Fenomenología de la Percepción, han servido y sirven al psicoanálisis para renovarse. No importa que el psicoanálisis no haya elaborado explícitamente las críticas de estos dos filósofos franceses. No pocas influencias intelectuales se producen al margen de las citas y de la discusión abierta. Más importante es que dentro del psicoanálisis contemporáneo hay movimientos e ideas que son deudoras intelectuales de los trabajos que Sartre y de Merleau-Ponty escribieron entre los años 40 y 50 del siglo pasado.

Sartre y Merleau Ponty debieron discutir el psicoanálisis al tratar el tema del deseo, algo central en la teoría psicoanalítica. En este asunto ambos se alejaron de su inspirador Martin Heidegger, en cuya filosofía el deseo sexual es inexistente. Sartre y Merleau Ponty, en cambio, consideraron que una ontología del ser humano es incompleta si no aborda el tema de la sexualidad.

Para Sartre, el deseo no es una pieza aislada de contenido mental, por decirlo de alguna manera. No se puede entender la sexualidad como una energía o una fuerza psico-biológica al margen de la situación de los seres humanos. Los impulsos sexuales deben entenderse como esencialmente ligados (esencial significa aquí interna y necesariamente) a las relaciones humanas. El deseo es, por lo tanto, el nombre de algunas actitudes que los seres humanos asumimos en nuestras interacciones con nuestros congéneres.

En el Ser y la Nada (1943), Sartre atribuyó al psicoanálisis esta comprensión -digamos mecánica- del deseo, descrita en el párrafo anterior. Sin embargo, le parecía que las ideas de Freud, a pesar de estas confusiones, habían contribuido a la comprensión del ser humano. Entonces Sartre postuló lo que él llamó el "psicoanálisis existencial", que rescataba conceptos psicoanalíticos y les daba un contenido existencial. Básicamente Sartre disiente del psicoanálisis en torno al impulso sexual como la explicación última de la conducta. No son los "impulsos", pensados como fuerzas impersonales, sino más bien lo que el ser humano hace con esos impulsos lo que explica nuestras acciones y nuestros deseos. Hay entonces algo más primordial que las pulsiones y esto es la decisión de la persona acerca de su propia existencia.

Para Sartre el deseo es una de las "relaciones concretas con los demás". Deseamos a otra persona para apoderarnos de su subjetividad. Lo que queremos de él o ella son sus deseos, sus fantasías, sus infinitas posibilidades como ser humano; queremos encapsular o engullir, diremos, su libertad y su capacidad de movimiento. Dicho sea de paso, para este autor esta es una tarea imposible y por eso aquello que deseamos constantemente se nos escurre de las manos. Aunque Sartre no fue el primero en formularla, esta idea del deseo como la búsqueda de aquello que no puede tenerse tuvo influencia en el posestructuralismo y en ciertas corrientes del psicoanálisis francés.

Cercano a Sartre, Maurice Merleau-Ponty hizo de la crítica a las principales corrientes de la psicología uno de sus objetivos fundamentales desde sus primeros trabajos. En este sentido la idea más importante de Merleau-Ponty es que existe una interacción constante, dialéctica se diría, entre el organismo y el entorno. Ambos se modifican constantemente y por lo tanto no cabe, como sostienen algunas corrientes psicológicas, estudiar a uno sin el otro. No cabe por lo tanto estudiar la conducta o la mente sin considerar el mundo que la rodea. Incluso el estudio de las "respuestas" de un animal a sus estímulos, no debe obliterar, como hacen los conductistas, esta relación entre individuo y ambiente.

Merleau-Ponty aplica este concepto en su segundo gran trabajo, La Fenomenología de la Percepción, cuando se ocupa con más detalle del psicoanálisis. En este libro rechaza la idea de la líbido como una fuerza al margen de una conciencia cuya principal actividad es la de interactuar con el medio, para modificarlo y acomodarse a sus influencias. Los impulsos sexuales, por ejemplo (y creo que lo mismo es válido para los agresivos) están subordinados al accionar de esa conciencia o esa subjetividad. Ahora bien, Merleau-Ponty es el filósofo del cuerpo.

Nadie insistió tanto como él en el rol fundamental del cuerpo en cualquier actividad humana, incluidas por supuesto el pensar y el hablar. Pero a él no le interesó lo que el cuerpo pudiera decir a través de, por ejemplo, las sensaciones físicas o internas que acompañan al deseo sexual. A él le interesó el cuerpo como ese gran instrumento que define nuestra posición en el mundo.

Para ilustrar sus ideas Merleau-Ponty analiza en este libro el caso de una joven mujer que dejó de hablar cuando sus padres le prohibieron ver a un hombre que ella amaba. Para Merleau-Ponty el psicoanálisis podría diagnosticar esta conducta usando el concepto de "fijación oral". Para él en cambio, aunque es probable que la boca haya sido, en el caso de esta chica, el centro de lo que en psicoanálisis se llama una fijación, lo que explica su conducta es más bien su decisión de rechazar sus vínculos con el mundo. El quedarse callada o el no poder hablar es una manera, casi intencional, de deshacerse del lenguaje, que es el medio que la une a los demás.

Siguiendo este ejemplo diríamos que lo que explica la conducta son las estrategias -concientes o inconcientes, reflexivas o prereflexivas- que una persona utiliza para bregar con las exigencias de su ambiente.

Tal vez postular una "influencia" desde Sartre y Merleau-Ponty al psicoanálisis sea aventurado. Pero debemos reconocer cuando menos que los nuevos desarrollos en psicoanálisis tienen una familiaridad con las ideas de estos dos autores. La idea del sí-mismo, la postulación de un psicoanálisis interrelacional, la convicción de que no existen impulsos fuera de las relaciones humanas, la reformulación del complejo de castración, el mayor énfasis en la autonomía y la dependencia en los primeros años de vida antes que en las zonas erógenas, son cosas conceptualmente emparentadas con las ideas de estos dos autores. No se puede negar el genio de Freud y menos aún el avance que su trabajo representó en la comprensión del ser humano. Pero al mismo tiempo la obra de estos filósofos parece haber contribuido a instalar en el psicoanálisis la idea de que mente y mundo no están separados, como Freud por momentos pareció creer.

El tesoro de la juventud


Enrique Planas
El Comercio, Lima 25/08/05

La culpa, el deseo, el descubrimiento del cuerpo Con "El goce de la piel", uno de nuestros mayores escritores nos ofrece su más breve e intensa historia Homoerótica.

"Creo en la carne y en los apetitos, ver, oír, tocar... Divino soy por dentro y por fuera, y santifico todo lo que toco o me toca" decía el tormentoso, carnal y sensitivo poeta Walt Whitman en su "Canto a mí mismo". El escritor Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931) lleva una melodía parecida con su nuevo libro "El goce de la piel", en cuya historia el cuerpo y la belleza masculina obsesionan a un narrador que recuerda diferentes momentos de su vida unidos por un personaje con muchos rostros pero un solo nombre: Malte. En esta novela corta, aquel goce tiene que ver también con la represión. La celebración de la piel se acompaña por la imposibilidad del contacto. ¿Por qué? "Por la moral católica --responde abiertamente el escritor--. En el Perú la gente vive reprimida porque desde niños se recibe en la familia y la escuela una educación represora. No hemos salido aún del medioevo, no hemos descubierto el renacimiento. Yo creo que este libro es subversivo, y que tiene varias capas: habla del descubrimiento del renacimiento a través de la belleza de los cuerpos, de la destrucción de la idea de Dios a través del descubrimiento del sexo, del triunfo de la belleza sobre cualquier esfuerzo de la sociedad por destruirla. Pero a pesar de eso, siempre hay un espíritu de represión. Una amiga poeta me dijo sobre este libro "en estos cuentos hay mucha piel y poca carne...".


En su temática homoerótica, este libro puede asociarse con tu anterior "En busca de Aladino"...
Yo diría que no solo con ese, sino con todos. En el fondo solo he escrito un libro con diferentes títulos y personajes.

El poeta Martín Adán, quien sufrió mucho por su deseo homosexual, aparece en tu libro. Se siente el respeto del narrador hacia el personaje, pero también el temor de convertirse en él.
Claro. Porque Martín Adán, uno de nuestros grandes poetas, sufrió toda la represión. Tuvo una formación religiosa que no pudo vencer. En determinado momento se sintió un fracasado, se alejó de todos.

Y todo ello por no poder vivir abiertamente su sexualidad.
Así es. Se sentía agredido, lo único que le quedó fue recluirse. Recuerdo mucho lo que me dijo sobre mi libro "Los inocentes" una tarde en el Palermo: "Oiga usted, he sentido un gran miedo al leer su libro. Miedo por usted. Porque alguien que escribe así va a sufrir mucho en el Perú. Es un magnífico libro. Cuídese", comentó. Eso me conmovió mucho. Hice la promesa de escribir como él, pero nunca ser como él. No dejarme vencer por nada. Y aquí me tienes ahora, voy a cumplir 75 años y no me he dejado abatir.

¿En tiempos en que el personaje gay se ha frivolizado en la literatura, sigue siendo un reto escribir sobre el deseo homosexual?
Depende. Actualmente, para que un cuento sea moderno necesariamente tiene que tener un travesti o un gay. Entran en la literatura como figuras decorativas, para que se diga que el escritor no tiene prejuicios. Pero tocan el tema desde afuera, no es una visión humana. Es el caso de Bayly. Tengo mis dudas de que sea bisexual. Él es un homofóbico. Presenta por televisión una imagen de caricatura del homosexual, tratando de besar a un hombre, bajándole los pantalones a otro. No hay ese sentido de la homosexualidad que podemos encontrar en los libros de Thomas Mann, Proust, o Hemingway.

¿Pero desde el escándalo que rodeó a "Los inocentes" a la generosa crítica de tu último libro, no sientes que el Perú es más tolerante?
Ha cambiado para bien, sí. Cuando publiqué "Los inocentes", en un colegio particular botaron al profesor que dio a leerlo. En algunos centros prohibieron mi entrada, porque en los periódicos me decían corruptor de menores. Ahora el libro se lee en los colegios y me invitan para hablar con los alumnos. Eso es un gran avance.


El goce de la piel
Autor Oswaldo Reynoso / Editorial San Marcos / Nacionalidad Perú / páginas 50

Doctor de La Cantuta


Oswaldo Reynoso con su atuendo de doctor honoris causa de la U. Enrique Guzmán y Valle. La ceremonia se realizó el viernes pasado en el Museo de Arqueología, Antropología e Historia.
Fuente: Diario la República