miércoles, 31 de enero de 2007

Revista Literaria Remolinos No. 20




Saludos, estimados lectores de la Revista digital de creación literaria Remolinos. Le informamos que acabamos de editar el número 20 de nuestra revista, la cual contiene la más selecta expresión literaria y cultural de autores de diferentes partes del mundo. Lo invitamos a disfrutar de esta nueva edición que ha sido creada exclusivamente para todos ustedes.

Agradeceríamos eternamente que distribuya esta información a todos los que desee conveniente.

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Saludos y Éxitos,

Paolo Astorga
Editor de La revista digital de creación literaria Remolinos.


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lunes, 22 de enero de 2007

Poesía

Poeta Peruana Ana María Falconí

Recita Algunos poemas...

domingo, 14 de enero de 2007

José Watanabe

José Watanabe, nos Recita un poema...







José Watanabe habla de su último libro "Banderas detrás de la Niebla"

sábado, 13 de enero de 2007

Genialidad al final del túnel


Por Paolo Astorga



En tiempos electrónicamente activos, en tiempos donde la tecnología emerge de manera caudalosa y caótica para hacernos dependientes a la competencia humana del conocimiento, nace el paradigma central y a la vez misterioso y socialmente encarcelado por esta utopía llamada realidad. Es el genio, un síntoma, una enfermedad de todos los tiempos, abruptos o pacíficos, grandes y majestuosos, olocáusticos y devastadores.

El genio en nuestra sociedad es visto como un ser superdotado, quizá un superhéroe que viste de civil. El genio dicho sea de paso, es generalmente una persona que interiormente guarda una obsesión desarraigada por el conocimiento, que en el caso cognitivo y síquico, puede experimentar grandes trastornos psiquiátricos, y hasta la muerte por suicidio.

El genio nace, desde las experiencias con su entorno, no de una predisposición genética o biológica, que en términos no-radicales es imposible descartar, ya que estudios sobre la genialidad nos arrojan que hay una predisposición a heredar ciertos conocimientos abstractos básicos que con la “experiencia” antes mencionada, se logra un refinamiento, una perfección que puede crear la originalidad dentro de estos individuos.
Un genio no sólo sabe pensar. Si sólo supiera pensar, estaríamos ante el desafortunado caso de un ser incompleto y si hablamos en términos más afines “un genio incompleto”.
Es necesario que el genio, pueda aplicar sus conocimientos (partiendo desde el concepto ya antes mencionado: saber pensar), para ponerlo a prueba, para llevarlo a la práctica (experiencia), quiero decir, que no sólo se es genio al saber resolver una gran y dificultosa ecuación, sino que se es genio al saber aplicar esta ecuación en el contexto en que se vive.

Grandes genios ha gestado la historia, muchos de ellos revolucionarios de pensamiento, de ideas que impregnaron y alimentaron el devenir de la humanidad, pero que al final, no tuvieron más repercusión que una utopía sobre este concepto llamado conocimiento.
Pero hay genios en nuestra historia, que se dedicaron de lleno a la genialidad integral. Quizá no fueron grandes matemáticos, grandes científicos nucleares o químicos eruditos. Hablo de los genios que con sus acciones transformaron y transforman hoy el mundo para hacerlo más habitable. Ellos no se preocupan del obsesivo deseo por conocer todo lo que se pueda conocer, sino que parten de una experiencia personal, que madura en hechos, en acciones, en grandes actos que la historia muchas veces no menciona, ni reconoce. Esto hace que nos ubiquemos ante el concepto del “genio anónimo”.

Ahora bien, partiendo del segundo postulado de mi teoría sobre la genialidad como una patología síquica, puedo referirme a que el genio como ser especial, muchas veces, y quizás siempre, es un ser incomprendido, solitario y hasta perseguido. La capacidad tanto sensitiva como gnoseológica de estos individuos, nos hace contemplar, la incapacidad para controlar esta ansiedad, ese encasillamiento que la sociedad impone muchas veces: “Si eres genio, entonces debes ser un devorador de libros, un eminente dios en las matemáticas y cualesquiera asignatura, materia, o rama científica que exista.”

Es una pena ver que el genio hoy en día es y tiene que ser un genio. La realidad lo obliga a ser siempre un genio, a sacar las mejores notas, a autoinducirse (a pesar de que quizá nunca fue genio de verdad, o nunca quiso serlo), una postura, un nivel, que hace que los demás lo respeten y presionen o encasillen como un modelo a seguir, un paradigma de inteligencia y éxito, que al final termina por destruir la poca dignidad y autoestima que aún pueda tener.

viernes, 12 de enero de 2007

Lady Lazarus, Silvia Plath


Silvia Plath





Lady Lazarus




Lo logré otra vez,
Me las arreglo —
Una vez cada diez años.
Especie de fantasmal milagro, mi piel
Brillante como una pantalla nazi,
Mi diestro pie
Es un pisapapel,
Mi rostro un fino lienzo
Judío y sin rasgos.
Descascara la envoltura
Oh, mi enemigo,
¿Aterro acaso? —
¿La nariz, las cuencas vacías, los dientes?
El apestoso aliento
Se desvanecerá en un día.
Pronto, muy pronto, la carne
Que la tumba devoró
Se sentirá bien en mí
Y yo una mujer que sonríe.
Tengo sólo treinta años.
Y como gato he de morir nueve veces.
Esta es la Número Tres.
Qué desperdicio
Eso de aniquilarse cada década.
Qué millón de filamentos.
La multitud mascando maní se agolpa
Para verlos.
Cómo me desenvuelven la mano, el pie —
El gran desnudamiento.
Damas y caballeros.
Estas son mis manos
Mis rodillas.
Soy tal vez huesos y pellejo.
Sin embargo, soy la misma, idéntica mujer.
La primera vez que sucedió tenía diez.
Fue un accidente.
La segunda vez pretendí
Superarme y no regresar jamás.
Oscilé callada.
Como una concha marina.
Tenían que llamar y llamar
Recoger mis gusanos como perlas pegajosas/
Morir
Es un arte, como cualquier otra cosa.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Lo hago para sentirme hasta las heces.
Lo ejecuto para sentirlo real.
Podemos decir que poseo el don.
Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Muy fácil hacerlo y no perder las formas.
Es el mismo
Retorno teatral a pleno día
Al mismo lugar, mismo rostro, grito brutal
Y divertido:
'Milagro!'
Que me liquida.
Luego una carga a fondo
Para ojear mis cicatrices, y otra
Para escucharme el corazón –
De verdad sigue latiendo.
Y hay otra y otra arremetida grande
Por una palabra, por tocar
O por un poquito de sangre
O por unos cabellos o por mi ropa.
Bien, bien, está bien HerrDoktor.
Bien. Herr Enemigo.
Yo soy vuestra obra maestra,
Su pieza de valor,
La bebe de oro puro
Que se disuelve con un chillido.
Me doy vuelta y ardo.
No creas que no valoro tu gran cuidado.
Ceniza, ceniza —
Ustedes atizan, remueven.
Carne, hueso, nada queda 00
Una barra de jabón,
Una alianza de bodas.
Un empaste de oro.
Herr Dios, Herr Lucifer
Cuidado.
Cuidado.
Desde las cenizas me levanto
Con mi cabello rojo
Y devoro hombres como el aire.

sábado, 6 de enero de 2007

Entrevista a Julio Ramón Ribeyro





Flaco, parco, solitario, Ribeyro pasa una breve temporada en su departamento de Barranco. El célebre autor de La palabra del mudo, que se describe “envejecido y enfermo, aburrido y cansado” (texto 163 de Prosas apátridas), prepara una selección y traducción de cuatro cuentos de Guy de Maupassant. Además de un prólogo, todo en ocasión al primer centenario de la muerte de este narrador francés.

Sobre su escritorio, entre una copa de vino tinto y un cenicero del tamaño de un plato de sopa, una docena de libros de y sobre Maupassant descansan luego de la jornada. Lamento interrumpirlo en su labor, pero generosamente dice que no, que desearía conversar. Tal vez, como el protagonista de Dichos de Luder, en estas visitas Ribeyro aproveche “salir de su aislamiento y asomarse, aunque fuese por momentos, a una realidad que le era cada vez más extraña y, en muchos aspectos, insoportable”.

Hablemos sobre el estilo, que –como dice Marcel Proust– “no es una cuestión de técnica sino de visión”. Usted escribe en el texto 182 de Prosas apátridas: “El artista de genio no cambia la realidad, lo que cambia es nuestra mirada”. Tal afirmación me motiva a preguntarle cuál es su aporte al tratar los grandes temas como el amor, el éxito, la belleza, la muerte, la historia, la literatura. ¿Usted podría precisar en qué consiste su estilo?

–Es una pregunta muy complicada. (Breve silencio). En primer término, creo que los críticos deben partir de sus propias deducciones, más que de las opiniones de los autores. En segundo lugar, muchas veces los autores se equivocan frente a aquello que ellos mismos hacen. En este sentido, mucho más cerca de la verdad pueden estar los críticos que los autores. Después de todo, cada lector es como un ejecutante de una partitura. La partitura está escrita, el lector es el que la interpreta.

Cierto, pero aquella preocupación por el estilo es frecuente en sus libros. Por ejemplo, su personaje Luder dice: “El gran arte consiste no en el perfeccionamiento de un estilo, sino en la irrupción de un nuevo estilo” (texto 46 de Dichos de Luder).

–En efecto, muchas veces he insistido en eso: en la importancia y originalidad de un estilo. En el cuento “Té literario”, por ejemplo, digo: “Los grandes escritores tienen solamente un estilo”. El estilo es un continuo, es lo que le da unidad a la obra. Para citar un caso: en la obra de Alftredo Bryce –trátese de sus cuentos, novelas, ensayos o textos periodísticos– encontramos siempre un mismo estilo, un estilo inconfundible. Claro que se puede imitar su técnica tan coloquial, oral pero lo que no se puede copiar es su visión del mundo, que es algo muy profundo y que está en la raíz misma de cada escritor.

Por eso dice en el texto 98 de Dichos de Luder: “No hay que buscar la palabra más justa, ni la palabra más bella, ni la palabra más rara. Busca solamente tu propia palabra”.

–Efectivamente. Para poner un caso distinto: Vargas Llosa. Él es un escritor que no tiene un estilo, es un escritor que tiene muchos estilos. Tanto es así que cuando escribe sus novelas y textos periodísticos no utiliza el mismo estilo. Y tampoco es el mismo estilo el de La ciudad y los perros que el de La guerra del fin del mundo. Él, más o menos, va cambiando estilos, de acuerdo con los temas que va tratando o con el público al que va dirigiéndose. No me parece un defecto; al contrario, es una cierta virtud. Sin embargo, eso lo hace, desde mi punto de vista, menos original que otros escritores.

En el “Prólogo a la tesis de Marc Vaille-Angles”, texto que se encuentra en La caza sutil, dice usted que ha tenido la tentativa, al escribir los cuentos de La palabra del mudo, de representar la sociedad peruana. Pero, “como toda tentativa de esta naturaleza, se trata de un esfuerzo fragmentario, inconcluso y parcial”. ¿Niega que la literatura pueda ofrecer una lectura total del mundo?

–Así es (enciende un cigarrillo, fuma), porque creo que esa no es la misión de la literatura sino de la filosofía. Los filósofos tienen una forma de ejercer la inteligencia y el pensamiento con miras a una interpretación total de la realidad y del mundo. Yo pienso que esa es una función específica del filósofo y que al escritor le compete otra tarea. Una tarea que puede ir variando de escritor a escritor. Puede ser más ambicioso o menos ambicioso, pero da cuenta de hechos concretos que no van más allá de lo que quiere decir o, si van más allá, no es con la intención de hacer una interpretación global de la realidad. En mi opinión, las novelas totalizantes están en nuestra época algo dejadas de lado. Quines han hecho el esfuerzo de ser totalizantes, como Vargas Llosa, creo que no lo han conseguido. Salvo Robert Musil con El hombres sin cualidades. Esa sí me parece una novela que es una interpretación total de la realidad. Su autor toca allí todos los temas habidos y por haber. Hay referencias al psicoanálisis, al marxismo, a la locura, al estilo, al dinero, al poder. Su novela es un conglomerado de hechos y reflexiones sobre los hechos. Es, ciertamente, uno de los casos límite de la novela, donde el escritor expresa voluntariamente una visión del mundo que trata de ser total. El resto son simplemente visiones subjetivas, fragmentarias, parciales, discutibles.

En el texto 199 de Prosas apátridas usted afirma: “Lo que he escrito ha sido una tentativa para ordenar la vida y explicármela, tentativa vana que culminó en la elaboración de un inventario de enigmas”. ¿Cree que esa visión escéptica del mundo pueda ser una de las claves de su obra?

–Sí, es posible, en la medida en que siempre he pensado que es muy difícil determinar dónde está la verdad, incluso en las investigaciones más profundas. Eso se nota sobre todo en algo a lo que presto mucho interés, que son los casos policiales, sea un crimen o una gran estafa. Allí hay tantos argumentos e indicios a favor de una posibilidad como de otra, hay una montaña de datos e informaciones que se contradicen tanto que uno termina con argumentos e indicios a favor de una posibilidad como de otra, hay una montaña de datos e informaciones que se contradicen tanto que uno termina con argumentos y contraargumentos, que uno se queda en la duda siempre. ¿Quién puede, verdaderamente, conocer la entraña de un asunto?

En el mismo texto se dice también: “Si alguna certeza adquirí fue que no existen certezas. Lo que es un buena definición del escepticismo”. La idea reaparece en el texto 97 de Dichos de Luder: “Es penoso irse del mundo sin haber adquirido una sola certeza”.

–Naturalmente. (Breve silencio). Es que nunca se puede llegar a conocer la verdad, porque ni siquiera uno se conoce a sí mismo. Todo el esfuerzo que hacemos en nuestra vida es querer saber quiénes somos y por qué actuamos de una manera y no de otra. Por eso pienso que la coronación de la Sabiduría sería saber quién es uno mismo: Ya lo decía Sócrates: “Conócete a ti mismo”. Ese viejo axioma es verdaderamente inmortal: conocerse será siempre el problema de todos los hombres.

Sin embargo, uno trata de aproximarse al conocimiento a través de diversos modos. Por ejemplo, a través de las conversaciones. En el texto 3 de Dichos de Luder dice: “Como ignoramos más de lo que sabemos, lo único que hacemos (al conversar) es canjear fragmentos de nuestra propia tiniebla interior”.

–Sí, por supuesto.

Uno se acerca también a la verdad por los amigos. El 16 de enero de 1957, en su diario personal, escribe usted: “Los amigos desarrollan en nosotros nuestras virtudes potenciales. Una persona sin amigos corre el riesgo de no llegar jamás a conocerse. Cada amigo es un espejo que nos refracta desde un ángulo distinto. Perder un amigo significa muchas veces neutralizar un sector de nuestra personalidad”.

–Claro, perdemos parte de nuestro ser con el amigo que desaparece.

La lectura permite aproximarnos a la verdad, pero también la redacción de un libro: “Escribir –anota usted en el texto 55 de Prosas apátridas–, más que transmitir un conocimiento, es acceder a un conocimiento. El acto de escribir nos permite aprehender una realidad que hasta el momento se no presentaba en forma incompleta, velada, fugitiva o caótica. Muchas cosas las conocemos o las comprendemos solo cuando las escribimos”. Del mismo modo, los viajes, las aventuras permiten acceder, hasta cierto límite, a la verdad. Eso es lo que se observa en su obra: tratar de conocerse desde diversos ángulos.

–Otra de las formas de conocerse es a través del amor, a través de la relación con una mujer. No solamente de conocerse, sino también de conocer. Siempre una relación amorosa es un libro donde uno aprende una cantidad de cosas sobre sí mismo y sobre el mundo. Es como una puerta que abre perspectivas que jamás había visto uno.

Hay algo muy curioso. En su novela Los geniecillos dominicales usted apunta que desearía concentrar la existencia en un juego de ajedrez: “Lo atractivo en este juego consistía en que nos daba una imagen simplificada de la vida, sometida a reglas estrictas y perfectamente lógicas” (Capítulo X). ¿Usted concibe la vida como un juego sin sentido? ¿Por qué?

–La vida la concibo como algo completamente irracional, imprevisible, donde no ha lógica ni dirección u objetivo determinados; al menos, no perceptibles para los humanos. ¿Para qué existen los seres vivientes? Cada vez que veo un bicho en mi casa me pregunto para qué diablos existe, qué función cumple este ser viviente que se mueve, hace desesperados esfuerzo por sobrevivir y, de pronto, alguien le da un pisotón y ahí terminó su vida.

Eso pertenece a su “terca costumbre de añadirle a las cosas una significación o inversamente extraer de ellas un mensaje” (texto 170 de Prosas apátridas).

–Sí, justamente. Ese es uno de los aspectos de mi espíritu filosófico: tratar de interrogarme siempre, buscar un sentido a las cosas sin poder nunca encontrarlas, pero en fin...

Lo anterior tal vez influya en sentido pesimista de la historia. Usted dice en el texto 12 de Prosas apátridas: “La historia es un juego cuyas reglas se han extraviado. Filósofos, antropólogos, sociólogos y políticos las buscan, cada cual por su lado, de acuerdo con sus intereses o a su temperamento. Pero solo encuentran retazos de ellas. Lo terrible sería que después de tantas búsquedas se llegue a la conclusión de que la historia es un juego sin reglas o, lo que es peor, un juego cuyas reglas se inventan a medida que se juega y que al final son impuestas por el vencedor”. Se observa que hay un tono pesimista en todo lo que dice.

–Pero eso tiene asidero en lo que ocurre. En la historia no existen reglas, no hay un progreso que va desde lo más rudimentario hasta lo más desarrollado, no hay una perfectibilidad en el hombre, en la sociedad. Un caso concreto: en Occidente, la Comunidad Económica Europea, conformada por varios países, daba entender, cuando se formó, que iba a un periodo pacífico, cuando de pronto surge la guerra intestina y feroz en Yugoslavia. Es un hecho que no estaba previsto. Tantos filósofos, sociólogos, economistas y politólogos que han escrito libros tan eruditos y que han dedicado toda su vida para prever lo que va a pasar se dan con algo que no habían siquiera supuesto. En ese sentido, la historia es un juego donde no hay reglas o, en el mejor de los casos, las reglas están perdidas.

Se observa que usted tiene una idea de la historia pendular o circular, en aquello del eterno retorno. En la “Nota del autor” de Cambio de guardia escribe: “Las sociedades tienden a veces a efectuar movimientos pendulares o circulares y en estas condiciones lo pasado puede ser lo futuro, lo presente lo olvidado y lo posible lo real”.

–Claro. Por ejemplo, se pensó en cierto momento que todos los países se iba a a orientar al socialismo y, de pronto, a fines de la década de 1980, todo ese ideal terminó repentinamente. Es decir, todos los héroes, todos los mitos, todos los emblemas del socialismo fueron derribados de un momento a otro. Ver las estatuas de Lenin, que en determinada época eran consideradas sagradas, tiradas al suelo con cadena nadie lo iba a prever. Anoche, viendo un documental, observaba, cuando estalló la revolución rusa, cómo las estatuas del zar eran exactamente derribadas al piso como las estatuas de Lenin setenta años después. Aquel sueño del socialismo desapareció y volvemos a un periodo de predominio capitalista, liberal. Pero eso no me convence mucho, porque Mares puede regresar. De pronto, las estatuas de Lenin, desde los depósitos donde se encuentran tiradas, pueden volver a ser erigidas. Puede ser, es posible. Lo cual llegaría a corroborar lo que digo: que la historia no es lineal, que hay el eterno retorno.

Como decía Friedrich Nietzsche.

–Como decía Friedrich Nietzsche y como decían muchos filósofos antes. Entre los orientales, incluso entre los pueblos precolombinos, siempre ha habido cierta tendencia, cierta línea de pensamiento en creer que la historia no es linea sino circular.

¿Sigue considerando, como en el texto 12 de Prosas apátridas, que “la tentativa más coherente para rescatar los principios de este juego es probablemente el marxismo”?

–No, ya no, solo lo pensé en una época.

¿Cuándo era marxista?

–Sí, pero solo era un marxista superficial, porque nunca he tenido la paciencia ni me he dado el trabajo de leer todo El capital, que me resultaba sumamente pesado, insoportable. He leído, en cambio, resúmenes que me han dado más o menos una idea del marxismo. Me parecía, entonces, que el marxismo era coherente, lógico, aceptable y a lo mejor lo es. Puede ser que algún día retorne a la misma creencia.

Usted también piensa que, en esencia, ocurren las mismas cosas: “Los hombres cambian, pero las instituciones se perpetúan” (texto 17 de Prosas apátridas).

–Claro, creo que estamos regresando, por ejemplo, después de ser abolida, a la época de la esclavitud. Hay un retorno a los sistemas esclavistas bajo una forma diferente. Un caso: todas esas personas que salen, emigran de sus países porque no tienen cómo vivir ahí y se van, clandestinamente, a Argentina, a Estados Unidos llegan a convertirse, de algún modo, en esclavos al ser contratados y colocados a trabajar en fábricas que les pagan el mínimo por jornadas de quince horas diarias. Hay una especie de retorno, en nuestra época, de ciertos estigmas que se creían superados. No pueden retornar en la misma forma, pero son equivalentes.

Cuando dice: “Toda revolución no soluciona los problemas sociales sino que los trasfiere de un grupo a otro” (texto 26 de Prosas apátridas) es un poco la idea de que siempre van a existir los problemas sociales y que estos se trasladan, pendular o circularmente, de un grupo a otro.

–La Revolución Francesa, para citar un ejemplo, liberó, si quiere usted, los grandes problemas sociales que tenían en esa época los campesinos, quienes eran los que más sufrían, pero luego estos pasaron a ser obreros y a continuar padeciendo los mismos males.

A Luder, uno de sus personajes, se le podría reprochar que es un escritor reaccionario porque desdeña el aspecto social y el aspecto político. Él mismo dice: “Cuando la nueva clase imponga su ley me colgará. No sé si mi retrato en la galería de Hombres Ilustres o si vivo y pataleando en el primer poste público. Dos formas ignominiosas de matarme” (texto 90 de Dichos de Luder).

–No, no es reaccionario. Digamos que es un poco cínico. Si repasamos las tres grandes escuelas filosóficas de la antigüedad griega, encontramos a los cínicos, a los escépticos y a los hedonistas. Yo siempre he creído ser un escéptico, pero con el tiempo he descubierto que soy también un poco cínico y bastante hedonista. Soy bastante hedonista, en el sentido de que le doy en mi vida cada vez más parte al placer: al placer de beber (señala su copa de vino tinto que bebe con intervalos), al placer de comer, al placer de amar, al placer de fumar (señala su cigarrillo), etcétera. Me parece que es un componente muy importante y que no hay que desdeñarlo y que, por el contrario, hay que buscarlo. Hay que explotar aquellas posibilidades que tenemos para disfrutar de los placeres. Aparte de esto, y aparte de ser escéptico, soy un poco cínico, en el sentido de que el cínico es la persona que no toma muy en serio las cosas. No es como el escéptico, que considera que es muy difícil llegar al conocimiento de la verdad, que todo es relativo en buena cuenta. El cínico es un escéptico, en cierta forma, pero que adquiere ya un tono un poco burlón, que no toma en serio las cosas, que las grandes ideas le importan un pito. (Sonríe).

¿No le parece que el escepticismo es una manera cómoda de librarse de los problemas?

–No, no creo. Es la forma más honrada. Por qué demonios uno va a defender una causa si no está, como escéptico, seguro de si es justa. Pero, obviamente, hay situaciones donde se toma partido. Por ejemplo, yo hace muchos años, desde que era joven, que no firmaba manifiestos ni intervenía en ningún tipo de actividad política militante. Pero cuando asesinaron a María Elena Moyano, fui yo quien redactó el documento y que motivó la firma de cien intelectuales que iban desde Miguel Gutiérrez hasta Mario Vargas Llosa. Ese crimen me pareció algo que me ofendió e indignó como ser humano, a extremo tal que creí necesario, en ese momento, decir algo. Naturalmente que después me di cuenta de que este documento no tuvo ninguna importancia, que fue publicado en dos o tres periódicos y ahí quedó la cosa; pero, en fin, en ese momento me resultó imperioso hacerlo.

En relación con el escepticismo. Usted en el texto 2 de Prosas apátridas escribe: “La duda, que es el signo de mi inteligencia, es también la tara más ominosa de mi carácter. Ella me ha hecho ver y no ver, actuar y no actuar, ha impedido en mí la formación de convicciones duraderas, ha matado hasta la pasión y me ha dado finalmente del mundo la imagen de un remolino donde se ahogan los fantasmas de los días, sin dejar otra cosa que briznas de sucesos locos y gesticulaciones, sin causa ni finalidad”. ¿A usted no le parece que la duda, el escepticismo pueden inutilizar los actos? Tanto se duda, que no se hace.

–Claro, por supuesto.

¿Y eso no le parece un defecto?

–Claro que es un defecto. Entre duda y acción siempre hay incompatibilidad: las personas que dudan se abstienen. Había un filósofo griego que tenía como divisa: “Abstente”. Pero no es por comodidad sino por inseguridad. Por ejemplo, en el caso de los diez desaparecidos de La Cantuta, que es una cosa indignante, pero sobre el cual no hay pruebas fidedignas, solamente indicios. Por desgracia, desde el punto de vista jurídico, los indicios no constituyen prueba. Yo no puedo condenar al general Hermoza Ríos, a Vladimiro Montesinos, al gobierno de Fujimori si no estoy convencido, si no tengo la prueba plena de que ellos son los culpables. ¿Cómo saber lo ocurrido? Nos basamos en presunciones creíbles, puesto que hay diez desaparecidos y que no se sabe dónde están. Algo ha ocurrido ahí. Pero ¿cómo podemos culpar a las personas mencionadas? Es muy posible que hayan desaparecido por un comando del Ejército, pero caben otras presunciones. Pueden haber sido, por soltar una hipótesis, conducidos a otros planetas para ser estudiados por extraterrestres. (Sonríe).

Para terminar, en el texto 6 de Prosas apátridas anota usted que los genios son aquellos locos que encuentran “la solución de un problema saltando por encima de las dificultades intermediarias”. ¿Quiere decir acaso que los genios no razonan mucho?

–Esa es la idea. (Breve silencio). Albert Eistein, por ejemplo, justamente por no entrar en un análisis más profundo, encontró la solución de pronto, sin razonamientos intermediarios. Lo mismo ocurre cuando uno escribe. Cuando uno escribe, por lo general, tiene una determinada cantidad de dudas y empieza a tachar cada frase, precisamente porque no es un genio. El genio encuentra la solución sin romperse la cabeza. Esto mismo ocurre en la pintura y en toda actividad del espíritu humano. “El genio no busca sino encuentra”, decía Pablo Picasso. Un genio, claro.

Pese a interrumpirlo tanto tiempo, le pedí, por último y como es natural, que me pusiera una dedicatoria a uno de sus libros: al primer volumen de La tentación del fracaso, su diario personal. No obstante, además, de que Ribeyro escribió el cuento “La señorita Fabiola”: “Nada me incomoda más que poner dedicatorias”. Aceptó gentilmente y, mientras anotaba algo, pasé a la terraza y contemplé el balneario con decenas de lucecillas. Nos despedimos finalmente y, luego de abandonar su departamento, leí: “Para Jorge, asombrado por el conocimiento que tiene de mi obra y compadeciéndolo por haber perdido tanto tiempo en ella. Muy afectuosamente, Julio Ramón”.

martes, 2 de enero de 2007

Jorge Eduardo Eielson


"Nací exiliado y moriré exiliado, porque el exilio es mi estado natural geográfico, social, afectivo, artístico, sexual."

Jorge Eduardo Eielson



POESÍA


En mi mesa muerta, candelabros
De oro, platos vacíos, poesía
De mis dientes en ruina, poesía
De la fruta rosada y el vaso
De nadie en la alfombra. Poesía
De mi hermana difunta, amarilla,
Pintada y vacía en su silla;
Poesía del gato sin vida, el reloj
Y el ladrón en el polvo. Poesía
Del viento y la luna que pasa,
Del árbol frondoso o desnudo
Que un fósforo cruza. Poesía
Del polvo en mi mesa de gala,
Orlada de coles, antigua y triste
Cristalería, dedos tenedores.

(De Reinos)

lunes, 1 de enero de 2007

Una voz entre lo existencial y la desesperanza de la condición humana

Blanca Varela



Entre sus libros destacan nítidamente: Ese puerto existe (1959), Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1993), Ejercicios materiales (1993) y Concierto animal (1999).




PUERTO SUPE
Está mi infancia en esta costa,
bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo, sombra veloz,
nubes de espanto, oscuro torbellino de alas,
azules casas en el horizonte.

Junto a la gran morada sin ventanas,
junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.

¡Oh, mar de todos los días,
mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!

Allí destruyo con brillantes piedras
la casa de mis padres,
allí destruyo la jaula de las aves pequeñas,
destapo las botellas y un humo negro escapa
y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.

Están mis horas junto al río seco,
entre el polvo y sus hojas palpitantes,
en los ojos ardientes de esta tierra
adonde lanza el mar su blanco dardo.
Una sola estación, un mismo tiempo
de chorreantes dedos y aliento de pescado.
Toda una larga noche entre la arena.

Amo la costa, ese espejo muerto
en donde el aire gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.

Aquí en la costa escalo un negro pozo,
voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre ciego
pupilas luminosas y vacías,
o habito el interior de un fruto muerto,
esa asfixiante seda, ese pesado espacio
poblado de agua y pálidas corolas.
En esta costa soy el que despierta
entre el follaje de alas pardas,
el que ocupa esa rama vacía,
el que no quiere ver la noche.

Aquí en la costa tengo raíces,
manos imperfectas,
un lecho ardiente en donde lloro a solas.

(De Ese puerto existe)







HISTORIA
puedes contarme cualquier cosa
creer no es importante
lo que importa es que al aire mueva tus labios
o que tus labios muevan el aire
que fabules tu historia tu cuerpo
a toda hora sin tregua
como una llama que a nada se parece
sino a una llama

(De Valses y otras falsas confesiones)








ESTA MAÑANA SOY OTRA
esta mañana soy otra
toda la noche
el viento me dio alas
para caer

la sin sombra
la muerte
como una mala madre
me tocó bajo los ojos

entonces dividida
dando tumbos
de lo oscuro a lo oscuro
giré recién llegada
a la luz de esta línea

en pleno abismo
abriéndose
y cerrándose la línea

sin música
pero llamando
sin voz
pero llamando
sin palabras
llamando

(De Concierto animal)






CANTO VILLANO
y de pronto la vida
en mi plato de pobre
un magro trozo de celeste cerdo
aquí en mi plato

observarme
observarte
o matar una mosca sin malicia
aniquilar la luz
o hacerla

hacerla
como quien abre los ojos y elige
un cielo rebosante
en el plato vacío

rubens cebollas lágrimas
más rubens más cebollas
más lágrimas

tantas historias
negros indigeribles milagros
y la estrella de oriente

emparedada
y el hueso del amor
tan roído y tan duro
brillando en otro plato

este hambre propio
existe
es la gana del alma
que es el cuerpo

es la rosa de grasa
que envejece
en su cielo de carne

mea culpa ojo turbio
mea culpa negro bocado
mea culpa divina náusea

no hay otro aquí
en este plato vacío
sino yo
devorando mis ojos
y los tuyos.

(De Canto villano)