jueves, 20 de noviembre de 2008

Alguien que anda por ahí: Julio Cortázar, literatura y exilio


Maria E. Twardy
University of Massachusetts - Amherst

Resumen: Este estudio analiza la función de lo fantástico en el relato "Segunda Vez" como mecanismo de denuncia ante hechos históricos acaecidos durante la dictadura argentina de los años setenta. Los elementos fantásticos, en este caso, no se presentan como recurso ficcional sino que forman parte de la realidad extraliteraria de ese momento.


"Siempre he sabido que las grandes sorpresas nos esperan allí donde hayamos aprendido por fin a no sorprendernos de nada" Julio Cortazar, La vuelta al día en ochenta mundos.

En esta colección de cuentos publicada por primera vez en México en 1977, Julio Cortázar incluye dos relatos que según sus palabras "provocaron la cólera de la Junta militar argentina" porque denunciaban la realidad histórico-política latinoamericana de ese momento. (En González Bermejo 1978: 144)

Estos cuentos son: "Segunda vez" y "Apocalipsis de Solentiname". El primero de ellos describe la desaparición de personas en circunstancias misteriosas, aunque no se manifiesta una relación explícita con el contexto; y el segundo refiere las situaciones de violencia que padecieron muchos intelectuales latinoamericanos durante este régimen.

Cortazar declaró que escribió "Segunda vez" en 1974 cuando las persecuciones, la represión, el exilio en masa, y en especial la desaparición de personas todavía no formaban parte de la realidad cotidiana en Argentina. Es necesario aclarar, sin embargo, que durante esa época se formó una organización terrorista de ultraderecha conocida como La triple AAA (Alianza Anticomunista Argentina) responsable de innumerables crímenes políticos.

En 1976, dos años después de los hechos mencionados, al presentar para su publicación en Argentina el volumen Alguien que anda por ahí donde se incluyen estos relatos, los censores no dudaron en verlo como una provocación y un atentado a las autoridades.

La particularidad de estos cuentos, es que manifiestan una ruptura con la línea literaria que Cortázar mantenía desde los años cuarenta. A partir del triunfo de la revolución cubana en 1959, y de la posterior visita de este autor a ese país en 1961 hizo que su visión política dejara de ser meramente teórica: "Desde ese día traté de documentarme, traté de entender, de leer [...]"(En Prego 1985: 181)

Esa circunstancia activó una suerte de mecanismo que antes había estado inmovilizado o ignorado y por lo tanto, sus escritos fueron incorporando situaciones reales que sucedían en diferentes partes de América Latina: "Los temas donde había implicaciones de tipo político o ideológico más que político, se fueron metiendo en mi literatura". (1985: 181)

En Argentina, por ejemplo, un golpe militar en 1976 derroca a Isabel Perón e instaura un régimen represivo. A partir de estos acontecimientos, Cortázar siente que no puede mantenerse ajeno a ellos, necesita hacer algo por los problemas de su país y de Latinoamérica. No piensa convertirse en un escritor político, pero sí mantener un contacto diferente con sus lectores: "[...] si en otro tiempo la literatura representaba de algún modo unas vacaciones que el lector se concedía en su cotidianeidad real, hoy en día en América Latina es una manera directa de explorar lo que nos ocurre e interrogarnos sobre las causas por las cuales nos ocurre [...] (1984: 114)

En consecuencia, ese compromiso que Cortázar va a asumir con la historia se verá reflejado en muchos de sus cuentos, como "Reunión" publicado en Todos los fuegos el fuego (1966), "Sobremesa" en Ultimo Round (1969), "Graffiti" publicado en Queremos tanto a Glenda (1981), "Satarsa" en Deshoras (1982).

En este espacio nos concentraremos solamente en el cuento "Segunda Vez" ya que presenta elementos muy típicos de la literatura fantástica que, paradójicamente, se ajustan a una realidad extraliteraria: la desaparición de personas y la consiguiente incertidumbre y desazón que provoca.

Veremos cómo Cortázar escribe "del lado de allá" o desde el exilio una nueva ficción donde lo fantástico y el mundo real, cognoscible para el lector, convergen a nivel del texto como resultado del condicionamiento del contexto histórico. Al respecto, Irene Bessiere opina:

El relato fantástico no define una cualidad de objetos o seres existentes pero supone una lógica narrativa a la vez formal y temática que, sorprendente o arbitraria para el lector, refleja, bajo el aparente juego de la invención pura, las metamorfosis culturales de la razón y del imaginario colectivo. (2001: 184)

Conforme a esta nueva literatura que nace del compromiso del autor con la historia, los personajes de "Segunda Vez" ya no serán meros cronopios surgidos de la vigilia o los sueños, sino personas reales que viven el horror como algo cotidiano.

Para Cortázar el cuento se mueve en ese plano del hombre donde la vida y la expresión escrita de esa vida confrontan y de esa batalla surge el cuento: "[...] una vida sintetizada, una fugacidad en una permanencia [...]". Antes que nada está el autor con todas sus vivencias y su capacidad para darle un sentido literario, y después está la manera que utilizará para volcar todo ese cúmulo de experiencias en algo que será un cuento y que pretenderá llegar mucho más lejos, (1994: 370, 376); en el sentido que quedará sellado en nuestras memorias del mismo modo que una fotografía.

"Segunda vez" describe eficazmente lo que sucedía durante los años de la dictadura mediante un narrador que representa un organismo subalterno que cumplía órdenes de un superior desconocido: "[...] y entonces dejábamos de trabajar y comentábamos las novedades, la visita del jefe, los cambios de arriba [...]". (Cortázar 1977: 48)

Es a partir de estas injusticias cuando Cortázar dice: "Yo tuve la necesidad de sentarme a la máquina y escribir un artículo protestando por esa injusticia, me sentí obligado a no quedarme callado [...] y eso en el fondo es lo que termina por llamarse compromiso" (En Prego 1985: 131).



Segunda vez

Bastaría el primer párrafo del cuento para sospechar que su posterior argumento se centrará en un relato político. Pero como no se observa de forma explícita relación alguna con el contexto histórico, podría interpretarse como un relato fantástico donde el estado de extrañeza se manifiesta desde el comienzo. Tal vez así se lo consideró cuando la revista Crisis pudo publicarlo (1973-1976) en abril de 1976, poco tiempo después del golpe militar de Jorge R. Videla.

Heinrich Hudde y Gabriela Hofmann La Torre consideran un tema de la literatura fantástica el hecho de que una persona desaparezca dentro de un espacio cerrado. Sin embargo, en un seminario sobre Cortázar en 1984 en Erlangen Alemania, al realizar una encuesta a 24 estudiantes que habían leído "Segunda vez", resultó que la mayoría lo identificó como un texto político, aunque no lo relacionó con la problemática de los desaparecidos, y sólo una minoría se refirió concretamente al caso argentino. (1985: 183)

"Segunda Vez" es un relato muy corto que resume en seis páginas todo el horror del régimen militar imperante en Argentina desde 1976 hasta 1983. La voz narrativa inicial y final es un "nosotros" que representa a los que saben, en oposición a "ellos" los citados o sospechosos: "No más que los esperábamos, cada uno tenía su fecha y su hora [...] Ellos, claro, no podían saber que los estábamos esperando, lo que se dice esperando [...]". (1977: 47)

Hay además una segunda voz que no participa de la historia que cuenta (Pons 1992: 191), sino que relata lo que les pasa "a ellos" los que no saben, centrándose en el pensamiento de la protagonista María Elena y experimentando en su discurso las mismas dudas que ella: "La citaban a una oficina de la calle Maza, era raro que ahí hubiera un ministerio [...]". (1977: 48) Aquí comienza la historia.

María Elena recibe una citación en papel amarillo con un sello verde y una firma ilegible indicando fecha y lugar. Al llegar a la dirección indicada experimenta cierto desasosiego por la ubicación de una oficina pública en un barrio poco común. Pregunta al vendedor del quiosco de diarios para cerciorarse que está en el lugar correcto. Al dirigirse al edificio, un narrador indirecto observa que hay varios autos estacionados con alguien al volante leyendo el diario o fumando, a quienes podríamos identificar como vigilantes civiles. Al entrar al recinto, le causa más extrañeza aún el pasillo largo y angosto, la escalera al final, la chapa sucia con un papel pegado para "tapar" alguna inscripción, la falta de una bandera, un tercer piso sin ascensor, sin timbre ni chapa en la puerta: "después de ese papel tan serio con el sello verde y la firma y todo". (1977: 49)

Al abrir la puerta, una nube de tabaco le da la bienvenida antes de poder distinguir a un grupo de personas de diferentes edades sentadas en un pasillo largo con una puerta al fondo. Mientras espera su turno traba conversación con Carlos, un joven que venía por segunda vez y a quien nunca verá salir de la oficina. Luego se irá pensando con la incertidumbre de saber que pasó con Carlos, y qué le pasará a ella tres días después cuando tenga que venir … por segunda vez.

El cuestionamiento de la historia oficial es una preocupación social, y en "Segunda Vez" se advierte claramente el intento de hallar un lector cómplice, mediante la exploración de un terreno nuevo que acorta la distancia entre lo fantástico y lo real.

Rosalba Campra explica al respecto:

Existe una verosimilitud de lo verdadero que no necesita ser demostrada y la realidad siendo un hecho incontrovertible, puede permitirse el lujo de la inverosimilitud; lo imposible, en cuanto ha sucedido, puede prescindir de demostraciones. El texto fantástico, intrínsecamente débil por lo que se refiere a la realidad representada, tiene la necesidad de probarla y de probarse. […]. Lo real de lo fantástico, considerado como género, responde a ciertas reglas de verosimilitud, diferentes de las que subyacen a un texto realista. Cuando se lee un relato fantástico se sigue una estrategia de lectura que prevé la aceptación del acontecimiento fantástico. La ley del género es la infracción […] no es la infracción la que tiene que someterse a la verosimilitud, sino más bien las condiciones generales de su realización". (2001: 174-175)

Para esta autora, no es la trasgresión lo que debe ser creíble, sino el resto, que deberá responder a un orden natural, es decir a un territorio conocido por el lector. En este sentido, lo fantástico pasa a formar parte de lo cotidiano; se configura como una de las posibilidades de lo real. Por lo tanto, para reflexionar sobre lo fantástico, primero debemos preguntarnos qué o cuál es la realidad.

Martha Nandorfy señala que nos resulta difícil aceptar que la realidad representada, o lo que percibimos como real, esté sujeto a convenciones. (2001: 244) Por eso, cuando aparece algo sobrenatural dentro de esa realidad en la cual confiamos, se produce un quiebre entre esas diferencias. Allí, descubrimos que nos hallamos inevitablemente integrados a ese contexto problemático cuyas irregularidades deberemos resolver.

En "Segunda Vez" identificamos algunos elementos propios del género fantástico que provocan incertidumbre, como narraciones con datos ambiguos y personas que desaparecen. Estas estrategias le sirven al escritor para denunciar un hecho histórico-político concreto. En primer lugar un "nosotros" anuncia lo que les va a suceder a "ellos", al mismo tiempo asoma un yo que ordena al nosotros: "Lo único que les pido es que no se me vayan a equivocar de sujeto, primero la averiguación para no meter la pata y después pueden proceder nomás". (1977: 48) Inmediatamente después, una tercera voz relata el desarrollo de los hechos a partir de la citación de María Elena.

La convocatoria en papel amarillo, con el sello verde y la firma ilegible pero con un contenido que no explica la naturaleza del trámite, palabra ambigua e indefinible, resultan contradictorios para la protagonista, y para el lector que ya empieza a preguntarse con cierta preocupación cual será el destino de la joven. Tanto es así que Maria Elena: "la había mirado muchas veces en su casa [...] y en el ómnibus volvió a sacarla de la cartera [...]". (1977: 48)

La ubicación de un organismo público en una calle donde no suele haber oficinas públicas resulta sorprendente aun cuando el narrador nos aclara: "su hermana había dicho que estaban instalando oficinas en cualquier parte porque los ministerios ya resultaban chicos..." (1977:48)

La puerta principal angosta, la escalera al fondo, la entrada a la oficina del tercer piso, y el pasillo también angosto unido a una segunda puerta, presentan un ambiente sórdido y sofocante que se asemeja más a un sitio clandestino que a una oficina legal. El pasillo nos hace pensar en un pasaje al infierno, donde la gente está a la espera de un juicio, tal vez por eso después del interrogatorio: "las personas tenían un aire más joven y más ágil al salir, como un peso que les hubieran quitado de encima [...]". (1977: 54)

Dentro del despacho, María Elena es testigo de lo más inexplicable, la ausencia de Carlos, que había entrado minutos antes y a quien no vio salir. El empleado "de cara enfermiza" le hace llenar una planilla: "con las pavadas de siempre" y María Elena: "sintió que algo le molestaba, algo que no estaba del todo claro. No en la planilla, donde era fácil ir llenando los huecos; algo afuera, algo que faltaba o que no estaba en su sitio. La única puerta de la oficina, pero Carlos no estaba ahí. Antigüedad en el empleo. Con mayúsculas, bien clarito". (1977: 55) Nótese en este pasaje la estrategia narrativa para contrastar lo que está claro y lo que no lo está. (mi énfasis)

Esta escena es muy significativa, nos sugiere que el elemento fantástico subyace en esas interrogaciones no dichas de Maria Elena, y lo fantástico cumple la función de responder estos interrogantes. Este es el clímax del relato, porque la Maria Elena ingenua del comienzo deja de escribir para ponerse a pensar en lo que verdaderamente le ha ocurrido a Carlos. Al respecto, Maria Cristina Pons piensa que la protagonista en este momento deja de ser una posible sospechosa para convertirse en una cómplice, razón por la cual tendrá que venir por segunda vez. (1992: 189)

El relato alcanza así, siguiendo a Campra, el encuentro de dos verosimilitudes: La de lo verdadero, sin necesidad de demostrarse, y la de lo fantástico sujeta a prueba. (Por ser intrínsecamente débil con respecto a la realidad representada)

En palabras de Irene Bessiere, lo fantástico: "Se constituye sobre el reconocimiento de la alteridad absoluta, a la cual presupone una racionalidad original, "otra" justamente. Más que de la derrota de la razón, extrae su argumento de la alianza de la razón con lo que ésta habitualmente rechaza ". (2001: 98, 99)

Lo fantástico representa en la ficción una zona al margen de la Historia, pero a la vez la Historia, que como en este caso, se inscribe en la ficción. La cuestión de los desaparecidos es en verdad, siguiendo a Cortázar, un manejo diabólico. Esa ausencia se concibe como presencia a la vez. Si bien el desaparecido se identifica con un sentimiento negativo ocasionado por la falta de un cuerpo; sin embargo, al mismo tiempo nos hace pensar que no está muerto, y abriga la esperanza de que en algún momento va a aparecer con vida.

En el relato, todo lo descrito desde que María Elena recibe la convocatoria no aporta ninguna explicación, en realidad añade más dudas; la convocatoria y el trámite resultan más insólitos que la desaparición propiamente dicha. En relatos anteriores como "Casa Tomada" o "El otro cielo", lo extraño se relacionaba con lo fantástico más que con algún tipo de denuncia. En "Segunda Vez" lo extraño alude a una situación histórica específica que todos conocíamos pero que no se informaba públicamente, razón por la cual, el texto no puede resolver el misterio, sigue siendo tanto o más absurdo que al principio.

Características como ambivalencia, contradicción, ambigüedad, y paradoja, en palabras de Bessiere, son propias de los cuentos fantásticos que vacíos de datos precisos, esconden sin embargo, una realidad cruel y siniestra sin ninguna posibilidad de salida (2001: 98, 100), y "Segunda Vez" se ajusta a esta descripción. Lo fantástico y lo real se subvierten, lo que se muestra como una situación normal son infracciones o transgresiones éticas y morales, el orden es desorden y lo imposible es realizable. La ambigüedad del texto existe porque es el fiel reflejo de una realidad inexplicable.

"Segunda Vez" se presenta como un discurso colectivo que concentra todo lo que no se puede decir en la literatura oficial porque incluye la intención del escritor comprometido y la de sus lectores cómplices a quienes va dirigido.



Conclusiones

Cortázar afirma que el alejamiento de su país no significó un alejamiento de sus problemas. Al contrario, le permitió seguir más de cerca los terribles acontecimientos que se desarrollaron en Latinoamérica durante esos años. Opina que deberíamos ver el exilio como algo positivo, como algo que nos obligue a reaccionar y a hacer más cosas, en lugar de retraernos. Para el escritor exilado, dice Cortázar, el exilio es un arma que tiene para reaccionar ante la censura, para convertir su negatividad en una nueva toma de realidad y la literatura es el mejor camino: "Esa visión extrema del exilio como pura infamia y puro desprecio, me ha llevado paradójicamente a invertir totalmente su signo, a asumirlo como positividad, como un valor y no como una privación [...] una praxis positiva del exilio tiene un doble valor; si por un lado pueden modificar estereotipos negativos y disminuir nostalgias comprensibles pero esterilizantes, por otro lado representan una estrategia y un arma de combate, en la medida en que no aceptan la negatividad con la cual tanto cuentan las dictaduras". (1984: 40)

Ante el exilio y las prohibiciones, Cortázar encuentra en la literatura, especialmente la fantástica, un modo de responder frente a situaciones de violencia, como en el caso de las desapariciones, pero su objetivo es también reclamar una toma de conciencia del lector colectivo que se identifica con la realidad literaria y con la del sistema opresor establecido.



Bibliografía

Bessière, Irene (2001) "El relato fantástico: Forma mixta de caso y adivinanza". En David Roas, comp. Teorías de lo fantástico. Arco. Madrid.
Campra, Rosalba (2001) "Lo fantástico: Una isotopía de la transgresión". En David Roas, Comp. Teorías de lo fantástico. Arco. Madrid.
Cortázar, Julio (1994) "Algunos aspectos del cuento". Obra crítica/2. Edición de Jaime Alazraki. Alfaguara. Buenos Aires - México.
Cortázar, Julio (1984) Argentina: Años de alambradas culturales. Muchnik. Barcelona.
——. ( 1977) "Segunda Vez". En Alguien que anda por ahí y otros relatos. Alfaguara. Madrid.
González Bermejo, Ernesto (1978) Conversaciones con Cortázar. Edhasa. Barcelona.
Nandorfy, Martha (2001) "La literatura fantástica y la representación de la realidad". En David Roas, Comp. Teorías de lo fantástico. Arco. Madrid.
Pons, María Cristina (1992) "Compromiso político y ficción en 'Segunda vez' y 'Apocalipsis de Solentiname' de Julio Cortázar". Revista mexicana de sociología, (Oct-Dic), ( 54) 4, pp. 183-203.
Prego, Omar (1985) La fascinación de las palabras. Conversaciones con Julio Cortázar. Muchnik. Barcelona Terramorsi, Bernard. "Acotaciones sobre lo fantástico y lo político: a propósito de 'Segunda Vez' de Julio Cortázar". INTI 1985-1986, 22-23. pp. 231-237.
Torre, Gabriela. "El destino de los desaparecidos y lo kafkiano: La narración de Cortázar, 'Segunda vez' y su repercusión en lectores alemanes". INTI 1985, 22-23. pp. 177-188.

Maria E. Twardy
University of Massachusetts - Amherst
mtwardy@spanport.umass.edu


© Maria E. Twardy 2008
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
http://www.ucm.es/info/especulo/numero40/coexilio.html

jueves, 13 de noviembre de 2008

Una lectura mágica de Los ríos profundos, de José Mª Arguedas


José María González-Serna Sánchez


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Castro Klaren (Castro Klaren: 1973) afirma que la magia es el medio gracias al cual el ser humano puede intentar comunicarse y comprender el mundo que le rodea y que apenas entiende. En Los ríos profundos, Arguedas presenta una visión del universo como un todo interrelacionado y el acercamiento mágico a ese mundo consiste en intentar descubrir los caminos subterráneos que se mueven entre los seres, las cosas y los valores espirituales, en definitiva, se trata de comprender la esencia del Cosmos, consistente en descubrir la interrelación de seres y objetos. Pero esta percepción integradora y panteísta no es compartida por todos los personajes de la novela, tan sólo por el pueblo indígena y por Ernesto, el personaje protagonista "introducido" gracias a su infancia pasada en el ayllu y en su quebrada madre.

A lo largo de la novela, el autor utilizará diferentes elementos y motivos que sitúan la novela en el ámbito de lo maravilloso, rasgo este que la sitúan un paso adelante en la evolución de la narrativa indigenista peruana, como señala Tomás G. Escajadillo (Escajadillo: 1994). En estas páginas intentaremos comentar algunos de estos elementos de lo real maravilloso que aparecen por la obra.

La estructura mítica.-

La novela de Arguedas está montada sobre dos pilares estructurales de dilatada tradición literaria, como son, por un lado el motivo del viaje y por otro el del héroe adolescente que protagoniza el tránsito de la infancia a la edad adulta. Ambos motivos son de fácil rastreo a lo largo de la historia de la literatura, tanto aislados como combinados, arrancando desde la Biblia y la épica clásica, pasando por la picaresca hasta llegar a la literatura del siglo XX en la que son frecuentes los relatos que se estructuran sobre esta base, y sería ocioso, por evidente, enunciar aquí obras que los incorporan.

El viaje de Ernesto en Los ríos profundos pasa por tres etapas que conviene que analicemos más detalladamente. La corta estancia en Cuzco conforma la primera etapa del viaje iniciático de Ernesto. Cuzco es ciudad sagrada y centro del mundo en el que se unen cielo y tierra. El protagonista antes de su entrada en la ciudad solamente tenía de ella las referencias apasionadas de su padre. Ese hecho explica las palabras del niño cuando al entrar en la ciudad se ve deslumbrado por las luces de la estación del ferrocarril:

El Cuzco de mi padre, el que me había descrito quizás mil veces, no podía ser ese (Arguedas: 1985, p. 8).

Ernesto se va desesperando poco a poco hasta que por fin tiene la primera toma de contacto visual con el espacio mítico del pasado andino:

-Mira al frente –me dijo mi padre-. Fue el palacio de un inca.

Cuando mi padre señaló el muro me detuve. Era oscuro, áspero; atraía con su faz recostada... (Arguedas: 1985, p. 8).

Esta atracción ejercida sobre Ernesto le lleva páginas después a la toma de contacto físico, mediante la cual sentirá la vitalidad latente de los restos incaicos. Supone la culminación de una experiencia mística:

Toqué las piedras con mis manos; seguí la línea ondulante, imprevisible, como la de los ríos, en que se juntan los bloques de roca [...] El muro parecía vivo, sobre la palma de mis manos llameaba la juntura de las piedras que había tocado (Arguedas: 1985, p. 11).

Es en contacto con este muro cuando Ernesto se da cuenta de su calidad de elegido y de que sólo él tiene la capacidad para relacionarse y comunicarse con las rocas. Así queda de manifiesto al referirse al episodio en el que un borracho orina sobre el muro:

No perturbó su paso el examen que hacía del muro, la corriente que entre él y yo iba formándose (Arguedas: 1985, p. 11).

Ernesto es un elegido, y en su calidad de tal, le es obligado el paso por la ciudad de Cuzco. Allí se cargará de fuerza mágica, de la capacidad para captar la vida interior de las cosas...

Tu ves, como niño, algunas cosas que los mayores no vemos. La armonía de Dios existe en la tierra (Arguedas: 1985, p. 15).

Pero si Ernesto es un elegido, si se le ha concedido un don especial para captar la armonía del Cosmos, es porque tiene una misión que cumplir. Esa misión consiste en la recuperación de una utopía: el estado edénico de los incas, una suerte de paraíso perdido. Ernesto debe recuperarlo y ser capaz de relacionarlo con el presente, lo que lleva a pensar, como dice Cornejo Polar (Cornejo Polar: 1973), que la novela oscila sobre dos goznes, de un lado el afán integrador consistente en la restauración del pasado incaico, y de otro la realidad de un mundo desintegrado, como se manifiesta en la clarísima red de oposiciones que se establece en la obra y que analizaremos más adelante. Pero en Cuzco, como sucedía en la primera etapa del viaje de Ernesto, también hay algunos elementos negativos. Es el caso de los avaros, representados por el Viejo, con quien se enfrenta el protagonista en su rol de elegido y protegido.

En Cuzco, Ernesto y su padre encontrarán otros elementos mágicos además de los muros del palacio de Huayna Capac. Entre ellos, quizás destaque sobre otros la María Angola, la gran campana fabricada con el oro inca que recubría los muros del palacio. Pero la María Angola no es mágica en virtud de ser campana, ya que esa es una transformación cristiana, sino en virtud del oro de que está hecha:

¡El oro, hijo, suena como para que la voz de las campanas se eleven al cielo y vuelva con el canto de los ángeles a la tierra! (Arguedas: 1985, p. 19)

El oro es símbolo y reflejo de la luz solar que todo lo impregna y gobierna...

En aquel pueblo de los niños asesinos de pájaros, donde nos sitiaron de hambre, mi padre salía al corredor [...], acariciaba su reloj (de oro), lo hacía brillar al sol y esa luz lo fortalecía (Arguedas: 1985, p. 19)

El oro es algo muy cercano a lo Uno, ya que es extraído del mismo corazón de la Pacha Mama. Al final de la novela volverá a aparecer el oro en esas dos monedas que el padre de Palacitos le da a Ernesto para que "o emprenda viaje o pague su entierro"; ambas no son sino formas distintas de conseguir integrarse en la Naturaleza purificadora.

La segunda etapa es el largo peregrinar del protagonista siguiendo los pasos de su padre por toda la geografía del Perú. Este peregrinar no está exento de peligros, como demostrará la estancia en Yauyos:

Los niños de la escuela venían por grupos a recoger los loros muertos; hacían sartas con ellos (Arguedas: 1985, p. 34).

Los niños no sólo realizan un acto de crueldad con los loros muertos, sino que atacan el orden y rompen la visión beatífica que Ernesto tiene del mundo. Estas dificultades por las que pasan padre e hijo antes de llegar al Cuzco se explican al entenderlas como parte de un rito que marca el paso de lo profano a lo sagrado.

La estancia en Abancay constituyen la tercera etapa del viaje del protagonista. Abancay romperá la idea del orden natural que Ernesto había aprendido con los indios, porque en esa ciudad aparecerá materializado el mal. El odio es rasgo definitorio y propio de un lugar que Arguedas nos presenta desde el principio como un espacio negativo...

Es un pueblo cautivo, levantado en la tierra ajena de una hacienda (Arguedas: 1985, p. 39)

Las últimas palabras del capítulo III son clara anticipación de lo que va a ocurrir en Abancay:

Recibiría la corriente poderosa y triste que golpea a los niños cuando deben enfrentarse solos a un mundo cargado de monstruos y fuego, y de grandes ríos que cantan con la música más hermosa al chocar contra las piedras y las islas (Arguedas: 1985, p. 44)

La estructura maniquea que se encuentra en toda la novela se hace brutalmente concreta en Abancay, y más aun, en el internado, espacio cerrado y opresivo dentro de otro espacio cerrado.

La última etapa del viaje de Ernesto consiste en la vuelta a emprender camino al internarse en la sierra y en el pasado, pues ese era, paradójicamente, su futuro.

El motivo de los ríos.-

El río significa en la novela la permanencia de lo quechua, al ser entendido como lo que fluye eternamente. El protagonista verá en los ríos una divinidad purificadora, ya que es sangre que desciende de la sierra y trae recuerdos de un pasado feliz. El río ejercerá sobre Ernesto una función liberadora: los días que puede, el chico sale corriendo de la opresión del internado y se dirige al Pachachaca para desintoxicarse. Allí recuerda, contempla, siente la naturaleza y consigue olvidar que también él se contagió del mal al entrar en el patio interior del internado. Junto al río, Ernesto recuperará la esperanza en un mundo integrado.

Pero el río no solo purifica, sino que también sirve para arrastrar el mal y alejarlo del internado y de Abancay...

El río la llevaría (la fiebre) a la Gran Selva, país de los muertos ¡Como al Lleras! (Arguedas: 1985, p. 254)

Las piedras.-

La piedra es lo indestructible del mundo incaico. Están dotadas de vida propia que sólo puede ser captadas por iniciados o elegidos, como hemos visto más arriba al hablar de la estancia del protagonista en Cuzco. Pero no todas las piedras están dotadas de esa cualidad, solamente las rocas vírgenes, irregulares, las otras han perdido su esencia mágica, porque "golpeándolas con el cincel les quitarían el encanto", dice el padre de Ernesto. Esa es la razón por la que las piedras de la Catedral no se comunican con el niño, pese a provenir de antiguos edificios incas.

El zumbayllu.-

El zumbayllu es una especie de trompo que representa en la novela la identidad profunda de la memoria, la naturaleza y la música. Se trata de un objeto integrador que sirve para hacer funcionar los recuerdos más recónditos, casi podríamos decir que posibilita la recuperación de la memoria genética...

El canto del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos (Arguedas: 1985, p. 77)

El zumbayllu es el elemento mágico por excelencia de la novela y, por supuesto, el instrumento ideal para Ernesto, al ser capaz de captar la interrelación existente entre los objetos. Para Luis Harss (Harss: 1983) es la encarnación de la rotación terrestre y por ello simboliza en la novela una cultura arcádica que sigue viva en el orden natural.

Las funciones del zumbayllu en la historia narrada son variadas. En primer lugar tiene la utilidad de servir para comunicar mensajes a lugares lejanos, evocando la Naturaleza...

Estaba solo contemplando y oyendo mi zumbayllu [...] que parecía traer al patio el canto de todos los insectos alados que zumban musicalemente entre los arbustos floridos (Arguedas: 1985, p. 97)

También es objeto pacificador, símbolo del restablecimiento del orden, como sucede en el episodio en que Ernesto regala su zumbayllu al Añuco. Pero, sobre todo, es un elemento purificador de los espacios negativos. En la cita anterior hemos visto como devuelve la alegría a los internos al evocar la Naturaleza, sin embargo, el verdadero hecho purificador se produce en las páginas finales de la novela cuando Ernesto entierra su zumbayllu en los excusados, en el mismo sitio donde los alumnos del internado violaban a la opa Marcelina. El zumbayllu, al entrar en contacto con la tierra, purifica el ambiente e incluso permite que germinen las flores; flores que el muchacho llevará como ofrenda al cementerio en el que está enterrada la opa, como último vestigio de la depravación y como símbolo del perdón natural a Marcelina.

La red de oposiciones.-

Los ríos profundos es una novela que se sustenta sobre la antítesis. Desde el principio del relato encontramos estas oposiciones, como sucede con el choque que se produce entre el Viejo y Ernesto o, poco después, con la dialéctica entre el pueblo de los asesinos de pájaros y el chico y su padre. Pero será en la ciudad de Abancay donde se materialice brutalmente el enfrentamiento de visiones del mundo. En último término se tratará de una oposición maniquea entre el Bien y el Mal que se concretará en diferentes situaciones a lo largo del núcleo central de la novela.

El primer contraste lo encontramos entre el propio nombre de la ciudad,

Awankay es volar planeando, mirando la profundidad (Arguedas: 1985, p. 38)

y la realidad del pueblo,

Es un pueblo cautivo, levantado en la tierra ajena de una hacienda (Arguedas: 1985, p. 39)

Dentro de la ciudad, dentro del internado, volveremos a encontrar una nueva antítesis planteada entre los espacios abiertos y cerrados. Los primeros estarán adornados con adjetivos que indican luminosidad y pureza, mientras que en los segundos aparecerán aves atroces, ambientes pesados y sucios. El protagonista de la novela querrá huir de esos espacios cerrados, deseo que sólo conseguirá mediante la acción de la memoria y de los caminos, bien sean terrestres, caso del camino de Patibamba, bien sean fluviales, como es el río Pachachaca, al que nos hemos referido previamente. La precipitación de Ernesto hacia los espacios luminosos se convierte en una especie de renacimiento que le permite volver a encontrarse con su quebrada madre de Viseca.

Dentro de la ciudad de Abancay, la tragedia agónica de Ernesto se concretará aun más en el internado. Allí, el Bien y el Mal los encontraremos articulados en torno a los dos patios del colegio. El patio de honor aparecerá caracterizado por la luz, la música, el agua y la piedra, además de ser el sitio para bailar el zumbayllu; frente a él, el patio interior se define por la oscuridad, la brutalidad, el mal olor, la tierra sucia y el sexo inconfesable, como es la violación de la opa y las masturbaciones.

En el colegio, el Mal aparece vinculado casi exclusivamente con el sexo. Este es considerado como una experiencia negativa que llena de vergüenza, opresión y culpa a algunos de los chicos. Con el sexo, los internos creen estar jugando a la salvación o condenación eterna, y la lucha contra el remordimiento se hace insostenible. En este sentido, el personaje del Chauca es emblemático, al debatirse constantemente entre el furioso deseo por la opa y el afán de santidad y pureza.

Los personajes que desfilan por el internado de Abancay pueden clasificarse fácilmente según el criterio de su vinculación con el Bien o el Mal. De esa forma pueden establecerse diferentes grupos de personajes. Por un lado tenemos a los que permanecen siempre en la esfera del Mal: es el caso del Peluca y el Lleras, que acabará siendo castigado por el río arrinconando sus huesos fétidos en la orilla. Frente a este primer grupo se posicionan los personajes que permanecen durante la acción narrada dentro del ámbito del Bien, como sucede con Palacitos, Romero y el propio protagonista. El resto de los personajes podemos ordenarlos según la evolución sufrida a lo largo del relato, de forma que la opa Marcelina encarnaría el paso del Mal al Bien, puesto que, aunque es la desencadenadora del furor sexual de los internos, acaba redimida por su sufrimiento:

A esta criatura que ha sufrido recógela, Gran Señor [...] ¡Ha sufrido, ha sufrido! Caminando o sentada, haciendo o no haciendo, ha sufrido ¡Ahora le pondrás luz en su mente, la harás un ángel y la harás cantar en tu gloria, Gran Señor! (Arguedas: 1985, p. 228)

Frente a la evolución sufrida por la opa, Antero protagoniza el camino contrario que le lleva del Bien al Mal, de estar en la órbita mágica del que conoce los secretos del zumbayllu a quedar descalificado ante los ojos de Ernesto al imponerse su visión racionalista y pragmática del mundo. En una última posición encontramos al padre Linares, caracterizado por una personalidad ambivalente que Ernesto capta desde el primer momento: unas veces lo ve como "un pez de cola ondulosa y ramosa", mientras que en otras ocasiones se le asemeja a "don Pablo Maywa, el indio que más quería"; hacia el final de la novela, el narrador-protagonista será contundente:

El Padre me ha salvado. Tiene suciedad, como los otros, en su alma, pero me ha defendido ¡Dos lo guarde! (Arguedas: 1985, p. 232)

Los internos del colegio llevarán a cabo una cruzada contra el Mal que culminará en la expulsión del Lleras y la conversión del Añuco. Sólo quedará el Peluca, pendiente constantemente del patio interior... Pero cuando el Mal parece desaparecer del colegio, la fiebre se cierne sobre Abancay, lo que provoca la dispersión de los alumnos. Ernesto huirá hacia la sierra, y en esa huida imagina que lucha contra la enfermedad:

Quizá en el camino encontraría la fiebre [...] Vendría disfrazada de vieja [...] Yo ya lo sabía. Estaba en disposición de una piedra en la que había escupido una cruz [...] Rezando siempre, la arrastraría hacia el puente; la lanzaría después, desde la cruz, a la corriente del Pachachaca (Arguedas: 1985, p. 244)

Ernesto entiende que para vencer al Mal por excelencia es necesaria la unión de las fuerzas mágicas que provienen de lo inca y lo cristiano (la piedra en la que se escupe una cruz de saliva), pero solamente el río acabará purificando Abancay de la epidemia, igual que purificó el colegio llevándose al Lleras.

Bibliografía.-

Arguedas, José María: Los ríos profundos, Barcelona, Planeta-Agostini, 1985.

Castro Klaren, Sara: El mundo mágico de José María Arguedas, Lima, IEP, 1973.

Cornejo Polar, Antonio: Los universos narrativos de José María Arguedas, Buenos Aires, Losada, 1973.

Escajadillo, Tomás G.: La novela indigenista peruana, Lima, Amaru Editores, 1994.

Harss, Luis: "Los ríos profundos como retrato del artista", en Revista Iberoamericana, Nº 122, Enero-Marzo, 1983.

Marín, Gladis C.: La experiencia americana de José María Arguedas, Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, 1973.

Urello, Antonio: José María Arguedas, el nuevo rostro del indio, Lima, Librería-Editorial J. Mejía Baca, 1974.

Rouillon, José Luis: "La otra dimensión: el espacio mítico", en Recopilación de textos sobre José María Arguedas, La Habana, Casa de Las Américas, 1976.

Rowe, William: "Mito, lenguaje e ideología como estructuras literarias", en Recopilación de textos sobre José María Arguedas, La Habana, Casa de Las Américas, 1976.


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Sincronía Verano 2002

Biblioteca de Baviera devuelve libros de Thomas Mann a Zúrich


Los 75 tomos serán entregados este 19. Los nazis se apropiaron de las obras en 1933.


Berlín. EFE.



La Biblioteca Estatal de Baviera devolverá al archivo Thomas Mann de Zúrich 75 tomos de la biblioteca privada del autor de La montaña mágica que los nazis se habían apropiado en 1933.
Así lo anunció ayer la biblioteca bávara que indicó que en su mayoría los libros son traducciones de obras de Mann a otros idiomas. La devolución se producirá el 19 de noviembre con la colaboración del nieto del escritor Frido Mann. En 1933 los nazis decomisaron los bienes que se encontraban en la casa privada de Thomas Mann en Mú-nich y los libros los entregaron a la biblioteca bávara.
Sin embargo, la familia logró llevar a Zúrich parte de ella. Desde el 2003, la biblioteca bávara procura detectar entre sus fondos libros que hayan llegado a ellos de manera ilícita para devolverlos a sus propietarios o a los herederos de estos.

Rainer Maria Rilke: El sentimiento de ser poeta


Manuel Vicent
El Arca Digital

Escribía versos. Sólo se sentía poeta y como tal, iba de mansión en mansión dejando un rastro de amores imposibles. La belleza y el espanto le perseguían adonde quiera que fuera y parecía huir siempre en busca de sí mismo. Con estos conceptos, el escritor Manuel Vicent traza una magnífica partitura biográfica sobre Rainer Maria Rilke.

La gran hazaña de Rainer Maria Rilke fue enamorar a todas las princesas, duquesas, marquesas y baronesas del imperio austro-húngaro y también a sus respectivos maridos; ser invitado a sus castillos, palacios y residencias; dejar en ellas como pago sólo unos poemas y que fuera ésa la forma en que sus nobles anfitriones se sintieran dignificados. Este hombre de ojos azules acuosos fue un poeta errante que iba de mansión en mansión, en Venecia, en Capri, en la Selva Negra, en París, en Roma, en Estocolmo, en Florencia, en San Petersburgo, en Duino y por dondequiera que pasó fue dejando también un rastro de amores imposibles. La vida de Rilke la dividió en dos un hecho banal: en 1906 se cortó la perilla pelirroja y se dejó el bigote estilo tártaro que le acompañaría hasta la muerte. Tenía entonces 31 años. Era el momento en que la fama estaba llamando ya a su puerta y el poeta se preparaba para las fotografías.

Había nacido en Praga, 1875, hijo de un militar frustrado, Josef Rilke, que acabó de funcionario de ferrocarriles, y de una madre, Sophie Entz, cuya cabeza estaba llena de delirios de grandeza, de armiños y carnets de baile sin que lograra nunca aceptar su condición de clase media. De hecho se separó muy pronto de su marido y se fue a vivir a Viena para rodearse del gran mundo de la corte y en Praga dejó a su hijo de nueve años vestido de niña con muchos lazos y puntillas a cargo del tío Jaroslaw, hermano del padre. Existen dudas de que Rilke llegara a superar este trauma, puesto que el odio a su madre le perduró hasta la muerte aunque tal vez de ella heredó su amor a la nobleza.

A expensas de su tío ingresó en la Academia Militar, en Moravia, pero fue un cadete enfermizo y tuvo que abandonar la carrera de las armas. Luego estudió filosofía y derecho en la Universidad de Praga. Muy pronto tuvo conciencia de que su destino estaba en otra parte. Escribía versos. Sólo se sentía poeta. Se hizo labrar un escudo familiar con dos lebreles rampantes y al amparo de una asignación de 200 guldas de su tío levantó en primer vuelo y recaló en Múnich donde enseguida realizó la primera captura. En una cervecería conoció a la condesa Franziska von Reventlow, una criatura bellísima y bohemia abandonada por la familia que vagaba sin rumbo en medio de la soledad. Rilke ensayó con ella su forma particular de conquista. Una primera aproximación a través de la ternura, unos versos incandescentes y cuando la caza ya estaba entregada el poeta huyó sin dejar de inundarla de bellos recuerdos a través de cartas y mensajes, de regresos y partidas.


Poco después entró en su vida una pieza de caza mayor. Lou Andreas-Salomé, una rusa de San Petersburgo, casada con un catedrático de lenguas asiáticas. Esta mujer se dedicaba a probar hombres de máximo nivel, a sobrevolarlos, a enamorarlos y a abandonarlos sin dejar de hacerse inolvidable. Por su vida pasarían Nietzsche, Freud y Mahler, venados de catorce puntas. Ella y Rilke usaban la misma forma de amar. El poeta tenía 21 años cuando fue abducido por la personalidad de esta mujer libre, diez años mayor que él. Entre los dos compusieron una pasión intelectual, una complicidad amorosa, y al mismo tiempo una sumisión atemperada por la admiración y una locura andrógina, que al final se transformó, como en otros casos, en una amistad estética. Vivieron juntos. Viajaron a juntos. Ella llevó a Rilke a San Petersburgo, su patria, y después sucesivamente habitaron en refugios secretos y no se sabe qué les producía a ambos más placer si encontrarse o buscar cada uno por su lado la soledad. Esa pasión fue manantial de muchos poemas amorosos. "Apágame los ojos y te seguiré viendo, cierra mis oídos y te seguiré oyendo, sin pies te seguiré, sin boca te seguiré invocando".


Rilke pasaba de los altos salones a las pensiones de mala muerte en una lucha sobrehumana por convertir lo visible en invisible a través de sus poemas. En medio de la miseria, de pronto, recibía una invitación. Podía ser de Rodin en París, del que fue secretario, o de la condesa Giustina Valmarana de Venecia, a una de cuyas hijas había enamorado en un viaje anterior. En esta misma ciudad había tenido otras amantes, la primera de ellas Mimí Romanelli que ya no se recuperaría nunca de los versos del poeta. Pero la llamada también podía venir de Berlín o de Hamburgo. Allí había aristócratas que coleccionaban noches de Rilke y él atendía a sus requerimientos. Acudía a la cita, pasaba unos días, unas semanas, unos meses entre jardines y porcelanas y se hacía sangre en la soledad para liberar la profunda poesía que lo habitaba. Así fue dejando atrás sus libros.


Pese a todas las fugas hubo un momento en que Rilke cayó casado. Fue con la escultora Clara Westhoff y sólo convivió con ella lo suficiente para que le naciera una hija. Lo suyo era rozarse con las amantes como con las alas de los ángeles. Buscaba una mujer que fuera guardiana de su soledad. Por lo demás el poeta sólo necesitaba silencio. Clara le dio el silencio y la lejanía, como Lou Andreas-Salomé, como la niña mendiga en las calles de París, Marthe Hennebert, a la que Rilke dio cobijo y educación y enamoró antes de abandonarla. "Cuando se ama a una persona se desea siempre que se vaya para poder soñar con ella", le dijo Marina Tsvetáieva, una escritora a la que también había enamorado. "El amor vive en la palabra y muere en las acciones", le contestó Rilke. Otra vez las cartas, otra vez los recuerdos. La princesa Marie von Thurn und Taxis le cedió el castillo de Duino, frente al Adriático, y allí escribió Rilke sus elegías.
Hubo un momento en que el editor Kippenberg se hizo cargo de toda su obra dispersa y le aseguró un estipendio regular al poeta. Ya había viajado a Egipto, se había extasiado en los templos de Luxor y en el Valle de los Reyes. Ahora seguía soñando con Toledo. Un día emprendió ese viaje hacia el sur para saciarse con toda la mística del Greco y huyendo del frío de Castilla llegó hasta Sevilla y Ronda donde se hospedó en el hotel Victoria.


La belleza y el espanto le perseguían adonde quiera que fuera y parecía huir siempre en busca de sí mismo. Al sentirse enfermo de muerte la princesa Marie von Thurn le cedió su mansión de Valois. Un Dios sin Cristo de intermediario le esperaba. Rilke fue un símbolo de su tiempo. En medio de guerras y matanzas de una Europa que se despedazaba en una carnicería este poeta seráfico trascendió aquel espacio como un ser incontaminado impartiendo el don de la belleza. Murió en la madrugada del 2 de enero de 1926 cuando todas las campanas del valle de Valois tocaban a misa. En su tumba fue grabado el epitafio que él mismo se había escrito.
"Rosa, oh contradicción pura, alegría De no ser sueño de nadie bajo tantos Párpados".
Rodearon su tumba amantes enamoradas, viejos amigos, el editor Kippenberg y su mujer Khaterina y algunas gentes sencillas, que eran todas princesas.


Manuel Vicent / Periodista español
Premio Nacional de Literatura (España)

http://www.elarcadigital.com.ar/
http://www.elarcadigital.com.ar/modules/revistadigital/articulo.php?id=1194


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