sábado, 13 de enero de 2007

Genialidad al final del túnel


Por Paolo Astorga



En tiempos electrónicamente activos, en tiempos donde la tecnología emerge de manera caudalosa y caótica para hacernos dependientes a la competencia humana del conocimiento, nace el paradigma central y a la vez misterioso y socialmente encarcelado por esta utopía llamada realidad. Es el genio, un síntoma, una enfermedad de todos los tiempos, abruptos o pacíficos, grandes y majestuosos, olocáusticos y devastadores.

El genio en nuestra sociedad es visto como un ser superdotado, quizá un superhéroe que viste de civil. El genio dicho sea de paso, es generalmente una persona que interiormente guarda una obsesión desarraigada por el conocimiento, que en el caso cognitivo y síquico, puede experimentar grandes trastornos psiquiátricos, y hasta la muerte por suicidio.

El genio nace, desde las experiencias con su entorno, no de una predisposición genética o biológica, que en términos no-radicales es imposible descartar, ya que estudios sobre la genialidad nos arrojan que hay una predisposición a heredar ciertos conocimientos abstractos básicos que con la “experiencia” antes mencionada, se logra un refinamiento, una perfección que puede crear la originalidad dentro de estos individuos.
Un genio no sólo sabe pensar. Si sólo supiera pensar, estaríamos ante el desafortunado caso de un ser incompleto y si hablamos en términos más afines “un genio incompleto”.
Es necesario que el genio, pueda aplicar sus conocimientos (partiendo desde el concepto ya antes mencionado: saber pensar), para ponerlo a prueba, para llevarlo a la práctica (experiencia), quiero decir, que no sólo se es genio al saber resolver una gran y dificultosa ecuación, sino que se es genio al saber aplicar esta ecuación en el contexto en que se vive.

Grandes genios ha gestado la historia, muchos de ellos revolucionarios de pensamiento, de ideas que impregnaron y alimentaron el devenir de la humanidad, pero que al final, no tuvieron más repercusión que una utopía sobre este concepto llamado conocimiento.
Pero hay genios en nuestra historia, que se dedicaron de lleno a la genialidad integral. Quizá no fueron grandes matemáticos, grandes científicos nucleares o químicos eruditos. Hablo de los genios que con sus acciones transformaron y transforman hoy el mundo para hacerlo más habitable. Ellos no se preocupan del obsesivo deseo por conocer todo lo que se pueda conocer, sino que parten de una experiencia personal, que madura en hechos, en acciones, en grandes actos que la historia muchas veces no menciona, ni reconoce. Esto hace que nos ubiquemos ante el concepto del “genio anónimo”.

Ahora bien, partiendo del segundo postulado de mi teoría sobre la genialidad como una patología síquica, puedo referirme a que el genio como ser especial, muchas veces, y quizás siempre, es un ser incomprendido, solitario y hasta perseguido. La capacidad tanto sensitiva como gnoseológica de estos individuos, nos hace contemplar, la incapacidad para controlar esta ansiedad, ese encasillamiento que la sociedad impone muchas veces: “Si eres genio, entonces debes ser un devorador de libros, un eminente dios en las matemáticas y cualesquiera asignatura, materia, o rama científica que exista.”

Es una pena ver que el genio hoy en día es y tiene que ser un genio. La realidad lo obliga a ser siempre un genio, a sacar las mejores notas, a autoinducirse (a pesar de que quizá nunca fue genio de verdad, o nunca quiso serlo), una postura, un nivel, que hace que los demás lo respeten y presionen o encasillen como un modelo a seguir, un paradigma de inteligencia y éxito, que al final termina por destruir la poca dignidad y autoestima que aún pueda tener.

No hay comentarios: